Opinión
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Sellos en la memoria

El 30 de enero de 1987 un autobús con personal y profesores de la Academia General Militar es alcanzado por la explosión de un coche bomba colocado por ETA junto a la iglesia de San Juan de los Panetes en Zaragoza.
El 30 de enero de 1987 un autobús con personal y profesores de la Academia General Militar es alcanzado por la explosión de un coche bomba colocado por ETA junto a la iglesia de San Juan de los Panetes en Zaragoza.
Ángel de Castro / Archivo Heraldo de Aragón

Leo en su columna del Heraldo que la memoria de pez de Cristina Grande no le permite recuperar una frase de ‘La condesa descalza’, que entre el reparto de protagonistas, puestos a elegir, me gustaría atribuir por admiración a Ava Gardner. Puro juego. 

A mí, más que una sentencia, esa dificultad de retener -que es en realidad capacidad de olvidar- me pasa con toda una reflexión. Un hilo completo de argumentos que ha quedado ordenado y sellado en mi cabeza y que horas después se ha diluido cuando me siento a darle forma.

Reconozco que tampoco yo me alimento de papel y bolígrafo, por más que mi devenir se envuelva en la desmemoria. Alarde del que ya pienso que habré de claudicar. Si acaso, aplico el incómodo recurso de enviarle un mensaje con una palabra a mi compañía, que no se asombra ante el repertorio de mis rarezas.

Asentarse en esa semipenumbra tiene la ventaja de vivir en la simplicidad; sin saber muy bien si ése me debe algo -ya me lo devolverá- o aquella mala cara va dirigida a mí por algún desafortunado gesto pasado. Que es una forma de aliviarse la vida y avanzar por una ruta descomplicada.

Aunque ese repertorio tiene sus excepciones. Ni siquiera tengo que esforzarme por recuperar los años sangrientos del terrorismo etarra, que se me estampan con contundente nitidez. Y atiendo a la situación en la que, aún hoy, han quedado las víctimas de semejantes atrocidades.

Como el recuerdo del hijo de un asesinado al que su madre, la esposa del fallecido, estuvo esperando tres días sentada a la puerta de su casa. Un reguero de duelos que dejan heridas de generación en generación.

Esas barbaridades merecen en nuestros tiempos, en una sociedad abotargada, reconocimientos y homenajes; y el respaldo de una normalidad política. Que, actualizadas las trágicas imágenes de sus crueldades, me siento incapaz de comprender. Por más que sirvan para conformar mayorías. Seguramente por eso, para no perderlo de vista, esos recuerdos se acomodan entre los pliegos de mi cerebro y no consigo, porque no quiero, arrancármelos de la cabeza.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Miguel Gay en HERALDO)

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