Charles de Gaulle proclamó ante la Asamblea Nacional que "un país que produce 365 variedades de queso es ingobernable". Hoy son más de 1.200 tipos diferentes. 

Lo que pretendía reflejar el general era que no puede ser que una nación tenga casi tantas opiniones distintas como variedades de queso. Razones no le faltaban: durante los doce años de existencia de la IV República (entre 1946 y 1958) hubo una veintena de presidentes de Gobierno, casi tantos como crisis políticas. Francia era ingobernable.

El héroe de la II Guerra Mundial aceptó ponerse al frente del país a cambio de que se aprobase una nueva Constitución que ampliara los poderes del presidente, lo que obligó a la Asamblea Nacional a cederle soberanía. La V República nació así con el objetivo de acabar con la fragmentación y los radicalismos mediante una arquitectura presidencialista cuyo objetivo era la estabilidad, con un sistema electoral a doble vuelta y la lógica de que el inquilino del palacio del Elíseo y el primer ministro fuesen del mismo partido pese a elegirse en comicios separados. El esquema se ha visto alterado en tres ocasiones (1986, 1993 y 1997), pero ninguna de las tres cohabitaciones ha generado la parálisis del país.

Ahora, las urnas han dejado un Parlamento sin mayoría absoluta. La inesperada victoria de la izquierda y la resistencia de la formación de Macron han relegado a la ultraderecha al tercer puesto (aunque sigue creciendo y es el primer partido en porcentaje de votos, un 32%). Sin embargo, la heterogeneidad de la alianza anti-Le Pen complica sobremanera la formación de un gobierno, lo que puede llevar a meses de parálisis política, en un momento en que se prepara para albergar los Juegos Olímpicos.

La disparidad de criterios ha vuelto a Francia. Y no solo en materia de quesos.

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