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Vídeos familiares

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Pixabay

El abuelo se asoma a la pantalla del ordenador subido a un viejo trillo al que le perdimos la pista hace años. La bisnieta, que no llegó a conocerlo, no pierde detalle ante las imágenes silentes de color tenue, y dice que parece que hace surf sobre la tierra. Hay que explicárselo. 

Vuela con sus alpargatas de esparto, su gorra vieja y su pantalón de paño. No recordaba verlo así a campo abierto, atravesando la finca despejada y preparando el suelo para la plantación. Con una de sus manos agarra la rienda del macho, que es como llamábamos al mulo, también como nombre de pila, y con la otra tira del rabo del animal. Se olvidan las costumbres cuando desaparecen las personas que las practicaban, mientras se llevan con ellas también las palabras, términos para designar lo que a veces ya no existe. A nuestro alcance está la posibilidad de preservarlos, pese a habitar un mundo, como la lengua, en perpetuo cambio. Los vídeos familiares y la memoria personal nos devuelven una realidad tamizada por lo íntimo, vivencias de coloración particular que confluyen, sin embargo, con la memoria de los otros. En el documental que Annie Ernaux, Premio Nobel de Literatura, dirigió junto a su hijo, ‘Los años de Super 8’, cuenta cómo su familia solo viajó a España una vez muerto Franco. Por su objetivo desfilan calles de Soria, Pamplona o Toledo mientras se describe el temor al terrorismo que marcó los inicios de la Transición. Su narración repara en la importancia del esfuerzo consciente por encontrarse con el pasado y la trascendencia social de una grabación casera. Registrar historia y habla, protegerlas y contarlas.

Almudena Vidorreta es profesora y escritora

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Almudena Vidorreta en HERALDO)

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