Opinión
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Sobrevivir al traspié

Sobrevivir al traspié
Sobrevivir al traspié
Pixabay

Me persigue mi compañía con una admirable paciencia monástica en su empeño por someterme a un reconocimiento médico general, consciente con buen sentido de que el paso de los años empieza a pasarme factura. 

Me lo dice con la boca pequeña, escoltado como me encuentro por una saludable salud. Aunque existan como es natural pequeñas grietas a las que procura agarrarse para sostener su bandera.

Es verdad, por ejemplo, que en ocasiones me atasco al andar y por un instante me trastabillo, en un gesto más aparatoso que peligroso. Algo que yo achaco a la dificultad de deslizar el calzado y ella, con el respaldo de algunas de mis criaturas, al deterioro articular, señal de una inaplazable visita al traumatólogo. Territorio de sólido arraigo familiar; aunque de momento prefiero esquivar la consulta y refugiarme ante cada tropiezo en el apoyo firme del brazo de mi compañía.

Hace unos días, avanzaba a lo largo del pasillo de mi lugar de trabajo y de una puerta lateral salía desequilibrado un compañero. Al que en nuestra coincidencia ayudé a recomponerse cuando buscaba con solvencia besar el suelo. Me lo agradeció sincero, pero se quedó compungido: "He estado a punto de darme una buena torta…". Es muy probable, pensé. Aunque en mi cabeza le restaba importancia: "Todos tropezamos. Y ahí estaba para echarte una mano".

Reconozco que no le alivié, pero la reflexión me zarandeó a mí. El encuentro y su análisis me sirvieron para recuperar la gama de traspiés de todo tipo a los que he sobrevivido gracias al respaldo de mi compañía. Guardaespaldas de mil situaciones de las que me ha rescatado con la impronta de su sonrisa. Que gracias a ella han ingresado en mi vida con el sello de la naturalidad.

Seguramente resulte inhabitual, y acurrucados en el individualismo de esta sociedad desordenada haya demasiados que lo echan de menos; que no pueden disfrutar del respaldo de quien a su lado se hace columna. Lejos de acostumbrarse, el reto está también en saber brindarle el valor que se merece. Que muchas veces no logro –no logramos– reconocer.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Miguel Gay en HERALDO)

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