Opinión
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Por
  • Fernando Sanmartín

Aire limpio

El rastro, el mercado ambulante textil y San Bruno abren esta Cincomarzada.
El rastro de la plaza San Bruno 
José Miguel Marco

El domingo es un día diferente, playero aunque estés lejos del mar, y tiene un olor propio, como el queso. Las mañanas, eso sí, nada tienen que ver con sus tardes.

En esas mañanas hay gente que se recupera, a duras penas, de una resaca. Y están los que salen con la bici como si batallaran contra los turcos en Lepanto. Y los que van a misa. Y cuando hay carreras populares, otro signo de nuestra época, la gente de cualquier edad corre por las calles en camiseta, sin descanso, como en cáfilas.

El domingo es también el día en que se instalan los Rastros, algo que, lo mismo que con las mariposas, gusta a todo el mundo. Así lo dice el escritor Andrés Trapiello, quien señala que ese es el lugar por excelencia de los finales que son principios, el lugar donde los objetos encuentran a un nuevo dueño.

Fiel a Trapiello acudo con frecuencia, en Zaragoza, al Rastro que hay en la plaza de San Bruno. Estuve ayer y compré, muy barato, un libro singular, publicado en 1971, que se titula ‘Sermones en España’, de Jesús Aguirre, un cura que oficiaba misas en la iglesia de la Ciudad Universitaria de Madrid, a las que iban una parte de la izquierda política, y que casó, entre otros, a Manuela Carmena o Miguel Boyer, antes de cambiar, como dijo alguien, la sotana por el frac, y antes de convertirse, tras su matrimonio con Cayetana Fitz-James Stuart, en el decimoctavo duque de Alba, un personaje lleno de luces, sombras y desagües.

Pero regreso a la idea inicial. La de que el domingo es un día sin guantes de boxeo, que desata obligaciones y sana. Por eso muchos, cuando ese día atardece, sienten que algo se desmorona y surge, pequeño, un velo de tristeza.

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