Si el Archivo no me engaña, la primera vez que apareció la palabra ‘edadismo’ en HERALDO fue el 31 de agosto de 1982. La trajo a nuestras columnas el eminente gerontólogo Fernando Jiménez Herrero, que la presentaba como una traducción aceptable del término ‘ageism’, que empezaba entonces a difundirse en el ámbito anglosajón. 

El doctor Jiménez Herrero calificaba el edadismo como una "nueva antihumanitaria realidad", y decía que "la discriminación por la edad es un hecho del que nos damos cuenta cada día, que va a más, de modo que percibimos el alejamiento progresivo de los envejecidos como algo normal, el rechazo de los ancianos nos resulta inevitable y la indiferencia o menosprecio por la persona gastada por los años no nos conmueve apenas". La palabra no debió de calar en el español, porque no reaparece en nuestro diario hasta 2014, cuando el periodista y crítico musical Matías Uribe la emplea como reproche hacia quienes entonces pretendían jubilar a los Rolling Stones. ¡Qué gran error, siguen en activo! Pero el fenómeno edadista, el trato injusto que muchas veces sufren las personas de edad avanzada es una realidad. Ayer mismo, otro médico, y colaborador habitual de la Tribuna de HERALDO, José Luis Mateos, se refería (‘Edadismo’) a la barrera que puede suponer la rápida introducción de las nuevas tecnologías. Decía el doctor Mateos que el abuso de los canales telemáticos "a la gente de superior edad les ha apartado de la vida, necesitando las obras de misericordia de familiares y amigos". El edadismo, ya se deba a la indiferencia o al desprecio, es moralmente rechazable. Pero a veces también llama la atención la anomalía contraria, la gerontocracia. Ahí están Joseph Biden y Donald Trump, dos abuelos, el uno enfurecido y el otro despistado, disputándose el control del botón nuclear. Da mala espina.

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