Opinión
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Entusiasmo infinito

Entusiasmo infinito
Entusiasmo infinito
Pixabay

Al evocar la parte más lúdica de mi infancia, seguida muy de cerca por la dedicada a los tebeos, me vienen a la mente millones de partidos de fútbol jugados en canchas escolares, calles, plazas, descampados, eras de pueblo y patios comunitarios de uso ciudadano, casi todos convertidos hoy en aparcamientos privados.

Te sumabas a aquellos partidos sin fin en cualquier momento. Bastaba una breve formalidad para integrarse en uno de los equipos, que, probablemente, en un origen remoto, se habían formado ‘echando pies’. Y tenías la sensación de que, tras haber almorzado, dormido o asistido a clase, cuando regresabas al juego, aunque la chavalería fuera otra, todo seguía igual.

Desde luego, no hablamos de pachangas, sino de citas serias y apasionantes, de una competitividad tan pura e infinitesimal, a la vez que tan ajena al antagonismo, que lo esencial allí no era ganar, ni defender con orgullo unos colores, sino poner todo el empeño en el más ínfimo detalle de cada lance. Por eso, no era extraño olvidarse del tanteo y que no hubiera un ganador, o que este se dirimiera mediante la regla del ‘gana el equipo que marque el próximo gol’.

Y es que todo el éxtasis se gastaba en el juego. No quedaba nada para el triunfalismo. Habiendo ganado o perdido, después se celebraba, se comentaba o se recordaba, por su especial cariz, una robada de balón, un pase, una pared, un control, un cabezazo acrobático o una parada voladora.

Personalmente, a aquella felicidad (sin público, ni federaciones, ni equipos A, B o C, concebidos según la calidad de los jugadores) solo le añadiría haberla compartido con chicas, como las hay ahora a mansalva, desmarcándose, driblando, pasando y rematando, con el mismo entusiasmo infinito que ponen los varones.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Javier Usoz en HERALDO)

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