Opinión
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Linajes: históricos, académicos, políticos

Linajes: históricos, académicos, políticos
Linajes: históricos, académicos, políticos
Lola García

En biología, humana o no, hay linajes que mejoran y otros que degeneran, sean perros o berenjenas. Un famoso linaje humano ascendente comienza en David, hijo de Jesé, y termina en el Mesías de Israel. (Para los judíos ortodoxos, ese final divinizado no ha llegado a término, pero esperan que suceda). 

En la versión cristiana, tal estirpe asciende desde David y sus tremendos pecados (lujuria, homicidio y adulterio) hasta generar un vástago divino. No cabe mayor optimación. El arte cristiano creará un icono genealógico, el ‘árbol de Jesé’, padre del futuro rey David, que culmina en Jesús de Nazaret, pasando por José, ‘de la Casa de David’. Lo de menos es que los Evangelios asignen padres distintos a José o que este no sea el padre biológico de Jesús. El linaje mejora tanto que sube de lo humano a lo divino.

Otros, al contrario, padecen una indisimulable degradación. En España es notorio un periodo casi vertiginoso de la Casa de Borbón: Carlos III, su hijo Carlos IV y el de este, Fernando VII. En solo los veinte años que van de la muerte del brillante abuelo (1788) a la mansa abdicación del apocado padre y simultánea sucesión por el nieto detestable (1808), España vive una fuerte declinación en la condición política y moral de las personas reales.

En los abolengos del común también hay ascensos. Por ejemplo, a elevadas cotas del talento genial. El padre de Goya, José Goya Franque, era dorador y estofador de esculturas y su bisabuelo, un modesto (aunque hidalgo) habitante del lugar guipuzcoano de Ceráin. Cajal era nieto de un campesino de Isín, en Huesca, e hijo del férreo Justo Ramón que fue mancebo de barbería y simple practicante, antes de poder titularse médico, con esfuerzo hercúleo. Dos familias con ascensiones brillantes.

Interesantes son las genealogías académicas, con parecidas características. Hay ‘escuelas’ universitarias o científicas que crecen o decaen, que recorren la ruta hacia la sublimación o hacia el deterioro. Maestros eficaces, y a menudo nada famosos, saben plantar semillas poderosas, diminutas, pero capaces de generar grandes y longevos árboles. ¿Quién conoce al tío cura y a la madre, muy lectores, de María Montessori, creadora del método de enseñanza infantil que lleva su nombre? ¿Quién enseñó las letras a Cervantes?

Muerto Ludolfo Paramio, se aprecia cómo han decaído de forma paralela la valía académica de muchos profesores militantes del socialismo y su calidad política

Malas cosechas

Un caso contrario, el de mengua y deriva hacia el ocaso, viene a las mientes al saber que el día 13 ha muerto Ludolfo Paramio Rodrigo, el segundo eslabón de una casta académica de profesores (sociólogos y politólogos) que empieza en Javier Muguerza Carpintier (Málaga, 1936), sigue por el propio Paramio (Madrid, 1948), pasa por Ramón Cotarelo García (Madrid, 1943), produce a Juan Carlos Monedero Fernández-Gala (Madrid, 1963) y entra, intelectualmente hablando, en barrena poniendo en el mercado académico a Pablo Manuel Iglesias Turrión (Madrid, 1978) y a Íñigo Errejón Galván (Madrid, 1983). Sin solución de continuidad.

El sabio andaluz Muguerza, madrileño de adopción, crece en un vivero cuidado por tutores como López Aranguren, de quien fue ayudante, y González Álvarez, su director de tesis. Crea una revista académica a la que llama significativamente ‘Isegoría’ (el derecho de todos los atenienses a hablar en las asambleas públicas) y escribe textos filosóficos de interés.

Pero las sucesivas cosechas van perdiendo calidad. Diríase que a causa de una infección poderosa: el virus de la política de partido, posible ya a la muerte de Franco y tan tentadora. Todos los retoños de este árbol madrileño se aficionaron a la actividad política de izquierdas, en el socialismo o en sus excrecencias, y en ella siguen de modo destacado.

La caída ha sido rápida: Muguerza se doctoró en 1965 y dirigió la tesis de Paramio en 1981. Morodo tuteló la de Cotarelo en 1976. Este, en 1996, dirigió la de Monedero y tuvo en el aula a Iglesias y a Errejón.

Estos dos últimos son doctores también. La tesis de Iglesias sobre movimientos estudiantiles es banal sin paliativos y muy camelística, aunque no llega al grado de clamorosa futilidad que alcanzó Pedro Sánchez con la suya. La de Errejón sobre Bolivia es asimismo mala, aunque no tanto. Y la de Monedero es un arcano, porque la ha hecho inaccesible y no ha publicado ni síntesis ni reelaboración. Por algo será. Es lícito sospechar que la obra, de la que hay un muy breve y trunco resumen oficial, está bajo veda estricta por esa clase de deficiencias que hacen preferible la ocultación por el autor: obviedades, lugares comunes, paráfrasis de textos ajenos... Las apariencias sugieren esa patología doctoral. Véase. ¿Por qué perdió legitimidad la República Democrática Alemana entre 1949 y 1989? Básicamente, dice la sinopsis, porque no existía el Estado de derecho, el Estado y el Partido eran la misma cosa omnímoda y, además, esas carencias esenciales no se endulzaban con un Estado del bienestar. Podría firmarlo el mismísimo doctor Grullo (don Pero).

Descanse en paz Paramio. Comparado con los últimos epígonos del grupo parece Hegel.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Guillermo Fatás en HERALDO)

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