Opinión
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Por
  • Felipe Zazurca González

Françoise Hardy y la melancolía

Françoise Hardy.
Françoise Hardy.
Europa Press

El idioma francés es, posiblemente, el más adecuado para componer canciones de amor. 

Tantos intérpretes franceses de la época de la Hardy nos lo confirman: Charles Aznavour, Sylvie Vartan, Marie Laforet (¡esos ojos!), Joe Dassin, Dalida, Gilbert Bécaud, Richard Anthony, Christophe… sin olvidar cantantes tan comprometidos como Juliette Gréco, la musa del existencialismo, y Georges Moustaki. Eso sí, la que para muchos es la canción de amor más bella que nunca se ha escrito, ‘Ne me quitte pas’, la compuso e interpretó Jacques Brel, nacido en la localidad belga de Schaerbeek.

Françoise Hardy fue una bellísima francesa que conquistó el mundo. Hace años comentaba con alguien que en ella destacaba la belleza de una mujer que había envejecido maravillosamente. Con los años le fue diagnosticado un cáncer que le hizo sufrir mucho y la llevó a la tumba.

A su belleza sumaba un «aire de melancolía»… ¿qué sería del encanto de la Hardy sin esos ojos tristes y su expresión entre tímida y taciturna? Es posible que muchas de estas imágenes de artistas y demás famosos tengan su buena parte de pose e intereses varios, pero no por ello dejan de resultar gratas en cuanto aportan ternura y sensibilidad.

El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define la melancolía como «tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre quien la padece gusto ni diversión en nada». Si atendemos a este concepto oficial resulta evidente que la melancolía no puede ser nada bueno: ¿cómo vamos a desear a nadie que esté melancólico?, ¿en qué medida cabe considerar que nos conviene ese estado del alma?… Pero, paradójicamente, la melancolía ha sido siempre musa de inspiración para poetas, escritores, pintores, músicos... detrás de muchas poesías, bastantes cuadros y un buen número de piezas musicales se esconde la tristeza de su autor, que ha encontrado una válvula de escape en un arte que quién sabe si hubiera aflorado al exterior de no haber sido precisamente por ese estado de melancolía.

De la misma manera que algo en principio tan nocivo como la soledad puede convertirse en reconfortante si esa soledad es temporal y buscada, la melancolía, que en términos generales no debe de desearse a nadie, nos puede venir bien en momentos concretos, cuando necesitamos compartir con nosotros mismos el desahogo de una pena, de una añoranza, de una ausencia... En ocasiones es bueno y sanador mirar al horizonte, relajar las tensiones y sentirnos vulnerables. ¿Quién no ha aventado alguna vez sus fantasmas escuchando una canción de amor o una balada tierna, o no se ha ido en alguna ocasión a la cama tras sentir esa mezcla de pena y serenidad que provoca una película con final agridulce, o simplemente se ha dejado llevar por recuerdos y nostalgias? Y la melancolía no tiene por qué derivar en desesperanza, pues ese tiempo melancólico nos puede hacer más humildes y aprender que hay Alguien que consuela y acompaña siempre.

Felipe Zazurca González es fiscal jefe de la Audiencia de Zaragoza 

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