Opinión
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Por
  • Julio José Ordovás

Olor a napalm

Olor a napalm
Olor a napalm
Pixabay

Madrid ya no es una columna de Umbral ni una canción de Sabina ni una película de Almodóvar. Más que el rompeolas de todas las Españas, Madrid es el rompeolas de todas las Américas. 

Ni siquiera el cielo de Madrid es ya un cielo velazqueño: ahora es un cielo de asfalto surcado por cientos de miles de gaviotas graznadoras y reidoras. Madrid huele a neoliberalismo, un olor que a algunos les resulta más excitante que el olor a napalm por la mañana. Madrid es una sauna de Chueca en la que confraternizan diputados, senadores, exministros, empresarios, rentistas, futbolistas, cocineros, ‘influencers’, actores, presentadores televisivos, guionistas de teleseries, conductores de Uber y repartidores de Glovo. Madrid son las tiendas de Serrano, en las que tienes que entrar con la Visa en la boca para ser bien recibido. Madrid es el pequeño Nicolás, rey de todas las fiestas madrileñas, celebrando en la discoteca Kapital el éxito en las elecciones europeas de Se Acabó la Fiesta. Madrid es una raya de cocaína rosa más larga que el Manzanares y una pastilla de Viagra tan grande y refulgente como el Bernabéu. Madrid es una chulapa perreando y un organillero sampleando. Madrid es una gigantesca máquina tragaperras, una ruleta de casino, una mesa de póquer. Madrid es salir a tomar unas cañas un miércoles por la tarde y volver a casa el domingo a mediodía preguntándote quién eres, de dónde vienes y qué demonios has hecho con las llaves. Madrid te acaricia con una mano y te estrangula con la otra. Hace años que Madrid dejó de ser un poblachón manchego para convertirse en una ‘app’ en la que puedes conseguir en cualquier momento todo lo que quieras, siempre y cuando estés dispuesto a entregarle tu alma a cambio.

Julio José Ordovás es escritor

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