Opinión
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Primeras comuniones

Vestir a un niño para la Primera Comunión puede ser un quebradero de cabeza.
Primeras comuniones
Canva

Me estampo con la estela de unas recién concluidas primeras comuniones. Alrededor de la iglesia, peripuestos invitados se agrupan en corrillos cercanos, pero no mezclados; guardando las distancias que corresponden a cada familia. 

Un poco más allá, los comulgantes -alrededor de una decena- se alinean para posar ante el fotógrafo y el cámara. Es difícil poner orden, porque también pululan un puñado de aficionados, casi todos con un teléfono móvil, entregados a la causa de inmortalizar el momento.

Entretiene contemplar el deambular de personajes centrados en agasajar a esos pequeños que no están acostumbrados a adquirir vitola de protagonistas. No tanto, al menos.

Contemplo el desfile de trajes y vestidos, sujetos a la moda; y no puedo por menos que adentrarme en el recuerdo de mi Primera Comunión. Que me brinda detalles de notable nitidez.

Desembarca mi memoria en una capilla pequeña, rodeado de compañeros de clase. Muy de mañana, mi madre me tiene preparada la ropa, sencilla pero muy elegante: una americana, el polo de cuello alto, un pantalón corto y las medias con mocasines nuevos. Que ese mismo día desgastaré con patadas al balón. En la iglesia, junto a mis padres y mis hermanos, se alinean mis abuelos y algunos primos, con los que no suelo coincidir y me hace ilusión recuperar. Y veo también a mi amigo Juan, inseparable entonces y a quien perdí demasiado pronto.

Mis padres me habían preparado muy bien para ese día, que viví ilusionado, queriendo ser consciente, en la medida de lo posible, de lo que suponía aquella cercanía con Dios. Disfruté además de un reloj y por enésima vez del mejor regalo, un balón. Que merecía mucha más atención que las fotos, el aperitivo y la comida.

Actualizo también de paso las efemérides de las que disfrutaron nuestras criaturas, convertidas en celebraciones más o menos ordenadas. Que me ayudaron para acercarme a aquellos recuerdos de infancia feliz y de fotos en blanco en negro. Remembranzas que agradezco a Dios y que estos días cumplen medio siglo con la apariencia de poco más que un parpadeo.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Miguel Gay en HERALDO)

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