Opinión
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Por
  • Fernando Sanmartín

Goya y nosotros

Dos de los goyas de la Frick Collection, en su nuevo emplazamiento provisional
Dos de los goyas de la Frick Collection
Justin Lane/Efe

Quizá Goya, que entonces vivía en Burdeos, tuvo noticia de un hecho singular: el pachá de Egipto le regaló al rey de Francia Carlos X una jirafa. 

El animal, transportado en barco, llegó al puerto de Marsella, y desde allí lo llevaron, a pie, hasta París. Fue un auténtico espectáculo. El viaje duró seis semanas y la gente se agolpaba a su paso. Sucedió en el año 1827.

Pero hay obras de Goya que impactan más que ver a una jirafa. Lo saben las autoridades aragonesas, que apuestan con valentía por Goya, como nunca; aunque también ponen en marcha, a veces, tonterías callejeras utilizando como reclamo al pintor; tonterías que algunos, cuando las vemos, nos dan ganas de tirarnos al Ebro, lo mismo que cuando un alto cargo de la Cultura, dotado de un entusiasmo extravagante, afirma que la experiencia de vivir y comprender a Goya solo se puede entender en Aragón y, en concreto, desde la plaza del Pilar.

Ese alto cargo debe sosegarse, que una obra de este pintor que me produjo asombro la vi en Nueva York, en la Frick Collection, dentro de un hermoso edificio que se construyó, frente a Central Park, el magnate del acero Henry Clay Frick, un hombre que odiaba las huelgas y amaba con pasión la pintura de los grandes maestros.

Milosz dijo que lo que se nombra adquiere fuerza. Y es cierto. Por eso, darle el nombre de Francisco de Goya, como se ha propuesto, a la estación de tren Zaragoza-Delicias es un acierto y es hacer lo que muchas ciudades han hecho ya con otros. ¿Y poner el nombre de Goya, una temporada, en su próximo Bicentenario, al nuevo estadio de fútbol en Zaragoza? Eso sí sería original. Único. La primera vez en España. ¡Hay que pensarlo!

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