¿Qué pesados, decís?
Sábado de terraza y torrezno, de vermú y Visnú, de armonía cósmica, calores y vigilia estival en la vieja Zaragoza. En la mesa de al lado hay tres chavales de unos veintipocos hablando de algo que luego abordarán un par de telediarios: emanciparse es una utopía. Tres cañas y un plato de olivas dan callada fe de la cuestión; los humanos que las devoran siguen lamentándose de haber nacido en la época equivocada. Aquello de dedicar el 30% de los ingresos a la vivienda a día de hoy es un chiste malo, el residuo genético del keynesianismo, como lo era Danny de Vito de Schwarzenegger en ‘Vaya par de gemelos’.
Se levantan. El más flaco apoquina los siete euros y medio de la cuenta diciendo “la próxima tú o tú” a los otros. Cuando se han alejado 10 metros, un andoba con camisa de color crema, jersey anudado al cuello y gafas de sol agarrándole diadémicamente la cabellera ‘lamida por vaca’ le dice a la fotocopia de personaje que tiene sentado enfrente lo mucho que le irritan “los discursitos derrotistas de los chavales de hoy en día”. El otro asiente con un mohín de country club. “Qué pesados, trabajo hay, y alquileres baratos en los barrios: no pretenderán vivir en el centro, encima”.
Andan por los 35, aunque suenan como los carcas de sus padres; probablemente piensan (y habrán verbalizado en voz alta) que llegar a los 40 sin haber ganado tu primer millón es de mediocres. Probablemente justifican al genocida Netanyahu. Juraría que entienden el fraude fiscal como el primer deber de un listo, y los untos maletineros en sótanos de ascensores para amañar concursos públicos (previa inclusión de otras dos empresas fantasma en la terna, hay que ser legales) como la base de una democracia saludable.
Qué rápido me acabé la cerveza, después de oírles un solo minuto, pardiez.
