Opinión
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Por
  • Carmen Magallón

Mujeres de Gaza

Una mujer palestina, Nozha Awad, huye con sus hijos trillizos del hospital Al Shifa tras una incursión israelí; se dirige hacia el sur de Gaza.
Mujeres de Gaza
Ramadan Abed / Reuters

Hay situaciones que son peor que la muerte. La muerte es el final, sí, pero también es la situación que acaba con el sufrimiento. En las condolencias que se da a la familia, es motivo de consuelo pensar que la persona descansa ya en paz: la muerte se asocia con el descanso. 

Me viene a la mente esta reflexión al tratar de empatizar con lo que están viviendo las mujeres de Gaza, algo que no tiene nombre. En la jornada que la Asociación de Mujeres Juezas de España organizó en Barcelona hace unas semanas, pudimos conocer su dura experiencia de modo más directo. A través de la red, varias palestinas de Cisjordania hablaron de los problemas de las palestinas en Gaza. Cualquiera de nosotras puede hacerse cargo de lo que implica afrontar la especificidad de la experiencia femenina en un país que carece de agua, alimentos, servicios médicos; un país sometido al miedo, los bombardeos y con la obligación de desplazarse sin tener donde ir: ¿Cómo mantener la higiene menstrual, vivir un embarazo sin seguimiento, o dar a luz mientras el hospital que te acoge está siendo bombardeado o entre ruinas? Pensemos también en el dolor físico de vivir una cesárea sin anestesia o en el añadido psicológico de no poder amamantar un bebé porque tu desnutrición tiene como consecuencia la carencia de leche. Hagan un esfuerzo empático quienes no habitan un cuerpo de mujer. Finalmente, hay nacimientos porque las nuevas vidas se abren paso aún en los peores escenarios. También en medio de una guerra. La desgarradora pregunta es si vale la pena nacer para morir bajo una bomba antes de alcanzar el uso de razón.

Carmen Magallón es presidenta de la Fundación SIP y Honoraria de WILPF

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