Las cuantiosas inversiones, en el entorno de Zaragoza, que están llevando a cabo algunas de las principales compañías tecnológicas del mundo podrían dar la impresión, alentada desde instancias políticas, de que Aragón está en vías de convertirse en vanguardia o centro señero de las nuevas tecnologías. 

Esas inversiones han de ser sin duda bienvenidas, sobre todo por las oportunidades que ofrecen si administraciones y empresas de nuestra Comunidad aciertan a aprovecharlas. Pero conviene moderar los entusiasmos. Y en esa línea pienso que van tres artículos publicados esta semana en nuestra Tribuna. El lunes, Francisco José Serón Arbeloa nos recordaba lo complejo que es generar un ‘ecosistema de innovación’ al modo de los que existen en Silicon Valley o en la china Shenzhen. Y advertía de que hay dos tipos de empresas, las que crean su propio conocimiento y las que aprovechan el conocimiento ya existente. Con las primeras, decía, "se pueden crear ecosistemas de innovación, con las otras se pueden crear polígonos industriales", que no es lo mismo. Chaime Marcuello, el jueves, escribía que los famosos ‘centros de datos’ "ni atraen ni retienen talento, necesitan muy pocas personas" y "no traerán investigación avanzada". Y concluía: "Con esta política tecnológica estamos alimentando una posición subsidiaria y subalterna en los procesos globales de la economía digital". Y ayer, Eduardo Pérez Barrau, subrayaba que "el objetivo gubernamental debe ser más ambicioso y enfocarse en la creación de un entorno empresarial y académico centrado en la economía del conocimiento". Esa es, me parece, una de las claves, ser la sede de algunos centros de datos no significa de por sí tener una economía centrada en el conocimiento, que es a lo que debemos aspirar. Para eso harán falta más empeño, más emprendimiento y más creatividad.

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