No es fácil brillar en Europa y deslumbrar, aunque sea por unos instantes, a buena parte del mundo, pero Zaragoza lo consiguió en dos ocasiones, aunque no lo supo rentabilizar después. Dio la vuelta al mundo el histórico gol de Nayim ante el Ársenal, un tanto épico que elevó al Real Zaragoza al cielo de la Recopa antes de iniciar un desesperante deambular por el infierno de la Segunda División que dura ya once años.

Alcanzó su segundo hito con la Expo 2008, una muestra internacional que dibujó la Zaragoza del futuro, con una inversión de 2.200 millones de euros. Hay quien piensa que fue una gran feria para los de casa, pero participaron 105 países y personalidades como Ban Ki-moon, Mijail Gorbachov y Naruhito, emperador de Japón.

El legado intelectual de la Expo se desdeñó. Desaprovecharon las reflexiones de más de 3.000 expertos sobre el agua y el desarrollo sostenible, análisis certeros del presente y futuro de uno de los grandes retos del planeta y que debería haber puesto en valor la Carta de Zaragoza.

Si del plano teórico saltamos al material, la situación no es mejor. Duele ver cómo siguen cerrados y sin proyecto de futuro la Torre del Agua, un faro de 76 metros y 55 millones de euros difícil de climatizar ;y los pabellones de España (30 millones) y de Aragón (30 millones), que languidecen por falta de imaginación al ser muy costosa su puesta a punto y escaso su rédito político.

Aunque son muchas las luces de la Expo, las sombras persisten. A los edificios cerrados se suman intervenciones artísticas mal conservadas, un canal de aguas bravas agrietado y un balneario sin spa, concesiones fallidas de una muestra que se proyectó a lo grande y no se ha llegado a rentabilizar. Hace 16 años, la Expo iluminó Zaragoza, captó la mirada de Europa pero la dejó escapar. Con el Mundial de 2030 y el Bicentenario de Goya el tren volverá a pasar. Esperemos que no lo pierda de nuevo.

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