Opinión
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Por
  • Javier Sebastián

El contradictorio

El contradictorio
El contradictorio
Pixabay

Cambiaba muchas veces de opinión. Sus adversarios lo llamaban mentiroso, a lo que él contestaba: "El único modo de que alguien pueda mantener su coherencia en medio de la constante mutación de las circunstancias consiste en cambiar con ellas". 

Todo lo hacía para que su padre le perdonara lo mal estudiante que era, pero no se enmendaba, fue temerario en la guerra, pero llevaba calzoncillos de seda porque tenía la piel delicada, escribió seis millones de palabras, pero a veces enmudecía, dormía cuatro horas al día y sus secretarias acababan agotadas tras una jornada de trabajo a su lado, tan pronto iba con pajarita como vestía un tosco mono de mecánico, apostaba, sufrió pulmonías, hernias, ictus, tenía un humor mordaz ("Si yo fuera su esposa", le espetó una diputada, "le pondría veneno en el café", a lo que él respondió: "Si yo fuera su marido, me lo tomaría sin rechistar"), trabajaba en la cama, se fumó más de 160.000 puros, era quisquilloso, bebía muchísimo brandy sin emborracharse, alternaba la euforia con la melancolía, podía ser cruel con sus adversarios pero luego los ayudaba en secreto, lloró como un niño cuando se le escapó su periquito Toby, saltó de un tren, coleccionaba mariposas, escribió novelas, pintaba al óleo, fue espía y albañil, cambió de partido político dos veces, ganó una guerra mundial y un Nobel de Literatura, murió en una casa modesta situada en el 28 de Hyde Park Gate. Ni que estuviera hablando de Churchill, vamos. El que cambiaba cada día de opinión. La semana pasada, 80 años del Desembarco de Normandía.

Javier Sebastián es escritor

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