Opinión
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Oráculos para Europa

Oráculos para Europa
Oráculos para Europa
Lola García

En la Antigüedad, los oráculos, muy respetados por los devotos y obsequiados ricamente por los estados y sus gobernantes, se las gastaban gruesas. 

Heródoto, el padre de la Historia, difundió una consulta dirigida por Creso, rey de Lidia, no a uno, sino a dos de ellos, y muy reputados, el de Apolo, en Delfos, y el de Anfiarao, en Tebas: "¿He de hacer la guerra a los persas?". Para su gozo, ambos oráculos le respondieron lo mismo: "Si así haces, se destruirá un poderoso imperio". Lo que Creso no adivinó fue que el imperio destruido iba a ser el suyo.

En nuestra cultura son muy famosas las profecías de Ezequiel, anunciando en sonoras y hermosas frases la destrucción de la poderosa Tiro por decisión de Yahvé: Dios traerá a Nabucodonosor, rey de Babilonia contra Tiro y la aniquilará, destruirá sus murallas, hollará sus calles, la saqueará y arruinará, acabará con su alegría y bienestar y su solar será una roca pelada sobre el que nunca se edificará más. "Te convertiré en espanto y dejarás de existir. Yo, Yahvé, he hablado", concluye el profeta. Pero Tiro sobrevivió a un asedio babilonio de trece años y fue Alejandro Magno, siglos después, quien logró vencer por fin su extraordinario plan de defensa anfibia.

No eran fáciles de entender, pero podían ser fáciles de manejar. Apolo dijo a los atenienses, en el 480 a. C., que de todas sus murallas contra los persas solo resistiría la de madera: hubo quien cayó en la cuenta de que el dios aludía a la flota. Zeus hablaba mediante los susurros que un viento originaba en las hojas y ramajes de un árbol sito en la actual Albania; y en el desierto libioegipcio, un dios equivalente (Amón) respondía desde un templo, aún visible, a las preguntas de los poderosos más bien al gusto de estos.

Las gafas de Gracián

Baltasar Gracián cuenta cómo Andrenio, el arquetipo del hombre ingenuo y ‘natural’, quiere saber qué mundo le espera. "¡Oh, lo que diera yo —decía— por ver lo que será del mundo de aquí a unos cuantos años, en qué habrán parado los reinos, qué habrá hecho Dios de Fulano y de Citano, qué habrá sido de tal y de tal personaje! Lo venidero, lo venidero querría yo ver, que eso de lo presente y lo pasado cualquiera se lo sabe". Y el Cortesano, personaje sabihondo y versado en el mundo que va con él, le ofrece mostrarle cuanto ha de suceder en lo por venir, porque, según afirma, "no hay cosa más fácil que saber lo venidero". Y la explicación que le facilita es así: "Has de saber que lo mismo que fue, eso es, y eso será, sin discrepar ni un átomo. Lo que sucedió doscientos años, eso mismo estamos viendo ahora". Para demostrárselo, "echóse mano a una de las faltriqueras y sacó una caja de cristales, celebrándolos por cosa extraordinaria". Una vez encajadas en el rostro aquellas lentes prodigiosas, Andrenio miró hacia España y exclamó: "Veo que pasan las mismas guerras intestinas de hace doscientos años".

¿Será como parece?

Cierto que también existen las profecías autocumplidas. Alejandro Magno, que era de arrebatos temibles (y mortíferos) visitó el oráculo de Delfos. Deseaba de modo intenso, porque así era su carácter, escuchar una profecía que confirmase su intuición, o deseo, de conquistar el mundo conocido. Le dio igual que en aquella fecha el oráculo (la sacerdotisa que ejercía como médium) tuviese prohibido actuar, por causas rituales poderosas. Furioso y fuera de sí, la arrastró violentamente, la sacó del recinto sagrado y la zarandeó hasta que la pobre mujer gritó, muerta de miedo y deseando librarse de aquel bruto: "¡Muchacho, no hay quien pueda contigo!". "Esta es la respuesta que buscaba", dijo el macedonio. Soltó a la vaticinadora y se marchó de allí, del todo ufano.

En España tampoco faltan oráculos. En este mismo día, domingo, 9 de junio, se ha de ver si el más afamado de los predictores, el vaticinador Tezanos, quien emite sus juicios a través del CIS, es capaz de ver a través de espejuelos como los del Cortesano de Gracián.

Concluyamos. El último oráculo délfico del que se sabe algo se pronunció en el año 393. El emperador Teodosio el Grande, cristiano militante y nacido en Hispania, ordenó clausurar aquel templo. Se cuenta que se oyó este aserto (en lengua griega): "Todo ha concluido". A nadie le extrañó una frase que parecía más una constatación que un vaticinio. Pero el caso es que solo cinco años después falleció Teodosio y los godos de Alarico tardaron apenas dos lustros más en conquistar Roma y saquearla. La sibila de Delfos murió con las botas puestas.

Un cartel electoral augura en catalán estos días: "Indultos. Sedición. Amnistía. Y ahora... Referéndum". La predicción sería verosímil si no se conociese la condición de quien la ha motivado. Quizá los autores han pasado por alto la calidad mendaz de alguien que ha incumplido tanto como ha prometido. Es probable que tal profecía tenga el mismo fallo que la de Ezequiel, porque las voces augurales raramente dicen la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Guillermo Fatás en HERALDO)

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