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  • Francisco José Serón Arbeloa

Nuevas tecnologías y políticas de innovación: Las olas

El superordenador Mare Nostrum.
El superordenador Mare Nostrum.
Guillermo Mestre

Normalmente, una tecnología emergente es aquella que se está desarrollando actualmente, o que se espera que esté disponible dentro de los próximos cinco a diez años, y el apelativo se reserva para aquellas que están creando, o se espera que creen, efectos sociales o económicos significativos.

 Todas se caracterizan por ser radicalmente novedosas y de crecimiento relativamente rápido. Algunos ejemplos de tecnologías de la información emergentes, que actualmente están en diferentes grados de desarrollo, podrían ser: inteligencia artificial, automatización (IoT), ‘blockchain’, ciberseguridad, ‘cloud computing’ y computación cuántica. Todas mantienen un cierto grado de coherencia que persiste en el tiempo y su impacto más destacado se considera que se encuentra en el futuro, por lo que en las fases de surgimiento una tecnología emergente sigue siendo incierta y ambigua.

De hecho, que se hable de ellas no indica que hayan sido aceptadas y sean un éxito, ya que la incertidumbre que las rodea puede hacer que sea difícil para las empresas, los inversores y los reguladores tomar decisiones informadas sobre si adoptar o invertir en alguna de ellas. Por otro lado, la ambigüedad hace referencia a la falta de claridad sobre cómo se definen o se entienden esas tecnologías, lo que puede llevar a malentendidos o conflictos.

Periódicamente, surgen corrientes políticas que pretenden impulsar las nuevas tendencias tecnológicas mediante la construcción de sistemas de innovación que no son más que redes colaborativas de empresas, ‘startups’, instituciones educativas, inversores, gobiernos y otros actores que trabajan en conjunto para impulsar la creatividad y la generación de nuevas ideas. Los loables objetivos a alcanzar son el fomento de la colaboración, la transferencia de conocimientos, la creación de soluciones disruptivas que puedan cambiar la forma en que vivimos, trabajamos, nos relacionamos, y de paso, la generación de riqueza y de progreso económico.

Cinco ecosistemas de innovación de los más importantes del mundo son: Silicon Valley (Estados Unidos), Shenzhen (China), Estocolmo (Suecia), Tel Aviv (Israel), Bangalore (India). Los nombro por si alguien tiene tiempo de analizar cómo han surgido esos milagros y de paso aprender.

Para sembrar, esas corrientes políticas proponen actos multitudinarios que son necesarios para llamar la atención de las empresas y de las posibles fuentes de financiación. El objetivo no es otro que el de juntarlos y que hablen de sus intereses. La idea es buena, por lo que hay que felicitar a los organizadores, a pesar de que suelen ser actos un poco pretenciosos y siempre será discutible quién se sube al escaparate, sobre todo si se hace a dedo.

Y por último hay que fijarse en que en esos actos aparecen dos tipos de empresas: las menos, que son las que desarrollan su propio conocimiento e investigan nuevas ideas, productos y servicios que pueden ser útiles y relevantes para los consumidores; y aquellas otras empresas que utilizan el conocimiento existente e innovan, adaptándolo a sus propias necesidades y a las de los consumidores.

Aunque ambas estrategias pueden ser efectivas dependiendo del contexto y de los objetivos de la empresa, las que investigan suelen estar a la vanguardia de la innovación y la creatividad, por lo que pueden alcanzar ventajas en términos de diferenciación y competitividad. Con ellas se pueden crear ecosistemas de innovación, con las otras se pueden crear polígonos industriales.

Francisco José Serón Arbeloa es catedrático de la Universidad de Zaragoza

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