Opinión
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Director de HERALDO DE ARAGÓN

De Normandía a Bruselas

Fotografía de archivo de una vista general del Parlamento Europeo durante una comparecencia de la presidenta de la Eurocámara, Roberta Metsola.. (Foto de ARCHIVO)..18/01/2022 [[[EP]]]
Fotografía de archivo de una vista general del Parlamento Europeo.]
Europa Press/Contacto/Zheng Huansong

El deseo de controlar la opinión pública se pierde en el origen de los tiempos. No existe nada de original en la búsqueda de la continuidad política mediante el adormecimiento de la población. Bajo esa premisa nació en Roma la distribución y el ofrecimiento de pan y circo. Los efectos de aquel empeño por suprimir toda contestación están descritos en ‘Progreso invertido’, un libro de Ángel Baguer en el que se explica cómo «el reparto de pan gratis a la entrada del coliseo fue nefasto (...). Los labradores abandonaron sus tierras y se fueron a Roma, no quisieron seguir trabajando muchas horas al día, con poco provecho, mientras en Roma podían ir al circo y recibir comida gratis. La población se disparó pasando de trescientas mil personas a un millón…».

La tercera ley de Newton señala que «toda acción provoca una reacción igual y en sentido opuesto». Física en estado puro que advierte a la política de lo que generan determinadas decisiones. El combinado de pan y circo posee distintas texturas y sabores y el empeño por desviar la atención no solo se apoya en el entretenimiento.

La campaña electoral de las europeas ha fijado como prioritaria la estrategia de las emociones, animando conscientemente, tal y como advierte Newton, a que se produjera una reacción en sentido contrario. La respuesta que se obtiene tras ofrecer con una mano pan y circo y con la otra una interpretación caprichosa de la realidad no resulta especialmente edificante. Los extremismos que recorren Europa ganan adeptos cuando se jalea el equívoco o cuando, en su defecto, se fija una división infranqueable entre izquierdas y derechas. Este debate, adobado con el empleo de la mentira, de la fabricación del bulo como arma de destrucción del contrario, ha terminado obligándonos a convivir en un enrevesado proceso de distorsión que distancia a los votantes de la política y de la idea de Europa.

No existe mentira pequeña, al igual que tampoco se genera ningún sosiego al atribuir al Poder Judicial un comportamiento avieso cuando sus decisiones son contrarias al interés personal. Las mentiras, asimiladas al perverso juego del desprestigio del contrario, nos recuerdan, tal y como relata Martin Baron, exdirector de ‘The Washington Post’, en su libro ‘Frente al poder,’ a lo que Donald Trump llama la «hipérbole veraz», una rocambolesca visión que califica como «una forma inocente de exageración» aquello que partiendo de una verdad termina por simple amplificación convertido en toda una mentira. Trump, explica Baron, «da la impresión de que era incapaz de entender que las distorsiones de la verdad, por definición, no son la verdad».

Con toda esta borrasca ejerceremos el derecho al voto. Lo haremos aquejados por una falta de transparencia que, convenientemente agitada, supone un ataque a la capacidad de decisión, un fracaso que amenaza con adquirir forma de abstención y que dificulta el sentido de pertenencia a un proyecto de 27 países.

La coincidencia ha querido que los actos de conmemoración del 80 aniversario del Día D se solapen con las últimas horas de la campaña. En los discursos pronunciados en las playas de Normandía se han vuelto a escuchar términos como libertad o unidad, palabras siempre atrapadas por la grandilocuencia, pero dotadas de plena vigencia. El éxito de aquel desembarco se resume en la distancia que se ha logrado superar entre la región de Normandía en 1944 y la Bruselas de 2024. Se trata de un trayecto geográfico sinuoso, pero acortado espiritualmente gracias al convencimiento de que la ayuda y colaboración entre los aliados serviría para construir una nueva Europa.

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