Opinión
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Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

El precio de la memoria

Centro de proceso de datos que tiene el Gobierno de Aragón en su sede del Pignatelli.
Centro de proceso de datos.
Fabian Simon

La cuestión fundamental de mi vida no es saber de dónde venimos ni adónde vamos. Mi auténtico problema es cómo organizar el trastero para poner un poco de orden. 

Estaba dándole vueltas a este asunto cuando el móvil me ha avisado de una nueva tarea urgente: qué hacer con los miles de correos electrónicos que guardo. He comprobado que mi teléfono y mi ordenador son ya como trasteros digitales en los que he ido amontonando todo lo viejo sin orden ni concierto. Guardo cosas que necesito y hay otras que nunca voy a usar. El mayor quebradero de cabeza es que la idea de bucear en lo que hay dentro o intentar organizarlo se hace cada vez más agobiante.

Los primeros correos son del año 2001. La mayor parte son inútiles, inservibles o, directamente, basura. Pero no todo. La cuestión es separar el grano de la paja. Y lo mismo que ocurre con el correo sucede con el resto de aplicaciones. Tengo guardadas miles de fotos, canciones, vídeos, notas y un número incalculable de conversaciones de WhatsApp, Twitter y Facebook.

Seguro que en estos archivos hay muchísimas cosas que me encantaría redescubrir, pero no hay forma humana de encontrarlas en esa montaña de datos. Está claro que he almacenado todo, pero no he archivado nada.

El caso es que los gigantes digitales ya se están aprovechando de mi pereza. Han empezado a reclamarme una cuota mensual para ampliar mi capacidad de almacenamiento. La disyuntiva es endiablada: o pagar o pasar media vida borrando archivos o darle a la tecla de ‘borrar todo’ y perder así los recuerdos y los diálogos de los últimos veinte años. ¡Y yo que creía que mi problema era el cuarto trastero!

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