Antígona no solo es una gran librería. Antígona es el paraíso que soñó Borges, una orgía perpetua de papel y tinta. Antígona es la mirada luminosa de Julia, la mente privilegiada de Pepito, la ironía dulce de Violeta, la simpatía de Maca y la barba socrática/soriana de Félix. 

Antígona es un foco irreductible de activismo cultural, templo del buen rollo y centro de acogida de los poetas y los ilustradores aragoneses, donde siempre te encuentras a Daniel Nesquens, con su mochila colegial a la espalda, y al fantasma de Félix Romeo hojeando las novedades y clamando contra la deriva iliberal de las democracias occidentales.

Yo no me sentí un verdadero escritor hasta que no vi uno de mis libros en el escaparate de Antígona. Pensar que Pepito había elegido mi libro y lo había colocado entre un tocho de Marcuse y una antología de poesía polaca me puso realmente cachondo. Y daba vueltas alrededor de la manzana solo para pasar una y otra vez por delante del escaparate y mirar de reojo a mi desvalido librito.

"Hay que leer más y escribir menos", repite constantemente Pepito, y uno, pese a su tendencia natural a la desobediencia, ha procurado hacerle siempre caso a su librero favorito porque lo primero que se le ve a un escritor es lo mucho y bien o lo poco y mal que ha leído, eso es algo que no hay inteligencia artificial que lo encubra o lo disimule.

Pero lo más importante que uno ha aprendido después de tantos años compartiendo lecturas, risas y cervezas con la gran familia de Antígona es que la literatura en realidad no es otra cosa que una forma de hacer amigos (y enemigos) y que todo lo demás, que diría Pepito citando al Eclesiastés, es vanidad. Y como sentenciaría andaluzamente Julia: ¡ea!

Julio José Ordovás es escritor