En esta semana de Feria de Libro, pienso en aquellas frases de cuentos, novelas y poemas que se leen entre un batiburrillo de cientos de letras y palabras, pero –inopinadamente– te revuelven por dentro y permanecen meses, si no años, dando vueltas en la cabeza.

Me sucedió con más de una reflexión de los diarios de Virginia Woolf, cuando la escritora comparaba su vida con la de quienes la rodeaban y siempre veía que salía perdiendo: "Ellos son modernos, aventureros, valientes, agarran la vida con sus manos, pero yo diría que no hay nada que le dé la inmensa satisfacción que a mí me dan las cosas".

También me visitan una y otra vez unos escuetos versos de Roberta Marrero, que he releído mil veces desde que se marchó. "Otra vez la herida abierta/para que beban los pájaros".

De entre las lecturas más recientes, hay otra sentencia que hacen girar mis neuronas en sentido errante estos días. Figura en la novela debut de Enrique Aparicio, que lleva por título ‘La Mancha’ (Plaza y Janés, 2024): "El golpe que no llega está siempre llegando". Hace referencia el autor a esa sensación de temor continuo, a ese estado de hipervigilancia, de permanente alerta, de la violencia no explícita que también se siente. "Es la amenaza de golpe es lo que nos paraliza", explica Aparicio en las entrevistas, haciéndonos pensar cómo las posibilidades en ocasiones son mucho más determinantes que las realidades. Se puede vivir –aunque muy malamente– esperando el golpe que no llega. Puedo uno rogar, incluso, que el golpe llegue cuanto antes para así atravesar el duelo. Quizá lo más sabio, no obstante, sea no esperarlo, ignorar su sombra, y bailar, y reír, y leer. Y besar a gente bonita bajo las estrellas. 

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