Al celebrar ayer, en el escenario de la batalla, el octogésimo aniversario del desembarco de Normandía, el presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, señaló que los héroes de aquel día "sabían sin duda alguna que aquello por lo que estaban luchando valía la pena: la libertad, la democracia". 

Es verdad que, para buena parte de Europa occidental, la última guerra mundial fue una lucha contra la tiranía y por la libertad. Pero también es cierto que si la batalla de Normandía resultó decisiva para derrotar al nazismo fue porque por el otro lado, en el frente del este, las tropas soviéticas iban destruyendo divisiones alemanas y conquistando terreno. Para la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial la contribución de la URSS fue determinante. Pero la URSS difícilmente representaba ni la libertad ni la democracia, era un régimen, con bases filosóficas y políticas muy diferentes del nacionalsocialismo, pero casi igual de mortífero y de inhumano. Y no se puede olvidar que, tan solo ocho meses después de la hazaña de los soldados británicos y estadounidenses en Normandía, sus dirigentes, Churchill y Roosevelt, reunidos en Crimea con Stalin, le entregaron al tirano del Kremlin de aquel entonces el dominio de la mitad oriental de Europa. Después de la guerra, la ‘pax americana’ trajo al oeste (salvo las particulares dictaduras de España y Portugal) libertad, seguridad y prosperidad, pero dejó al este congelado bajo la opresión del comunismo durante más de cuarenta años, hasta que la Unión Soviética cayó por su propio peso. Solo entonces, a partir de 1989, pudieron la libertad y la democracia extenderse por todo el continente. También a Ucrania. Ochenta años después de Normandía, Biden enfatizó ayer la voluntad de su país se mantener el apoyo a Ucrania: "No nos daremos la vuelta", dijo, lo que implica un compromiso con la defensa de Europa frente a una Rusia amenazante. La cuestión es cuánto tiempo durará ese compromiso.

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