Opinión
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Por
  • Ana Alcolea

Aprendo, luego existo

Aprendo, luego existo
Aprendo, luego existo
Pixabay

Este año he vuelto a tener alumnos. No adolescentes, como he hecho durante casi treinta años: entre los jóvenes, algunos tienen ganas de aprender, a otros no se les ha despertado tal interés, muchos luchan contra los molinos de la vulgaridad que nos circunda con la esperanza de no fenecer entre sus aspas. 

Este curso, mis alumnos han sido hombres y mujeres en su edad adulta, personas que han pasado vidas laborales intensas y muy variadas. Gentes que creen que en la vida tenemos mucho que aprender en cualquier momento y de cualquier persona, que no quieren asistir al banquete de la vida como oscuros invitados que comen en silencio porque no reconocen una sopa de tortuga o unas codornices en sarcófago. Todos y cada uno de mis alumnos ‘senior’ son como el general Lowenhielm de ‘El festín de Babette’, el gran relato de Karen Blixen: saben que en este mundo hermoso todo es posible, que el arte y la belleza los podemos encontrar en cada instante si sabemos y queremos mirar. Si queremos y sabemos aprender. Si tenemos la voluntad de seguir viendo gigantes donde, por supuesto, hay gigantes. Eso, si nuestra visión borrosa de siglos no nos obliga a ver los molinos que una minoría quiere que la inmensa mayoría vea. Pedimos la paz y la palabra, como en el poema de Blas de Otero, luchamos por contemplar gigantes, como en el relato mínimo de Javier Tomeo. Degustamos el arte de Babette y disfrutamos de cada momento a pesar de todos los pesares, a pesar incluso de la Salomé del divino Wilde. Aprendemos mientras vivimos. También durante el último suspiro. Ay de nosotros si no lo hacemos.

Ana Alcolea es escritora, premio de las Letras Aragonesas 2019

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