Hoy es un día perfecto para pasear por la Feria del Libro, esa fiesta de la literatura que trasciende las páginas. Es una tradición arraigada en lo más profundo de nuestra cultura, algo que debiera animarnos a celebrar cada calle que las albergue, cada caseta, cada evento programado. 

Son cientos de años los que tiene a sus espaldas este concepto: en rincones como Fráncfort, Amberes, Salamanca, Sevilla o Venecia, ya en el siglo XVI se atestiguan reuniones para profesionales del sector, donde copistas, grabadores, artesanos y órdenes religiosas tenían la oportunidad de intercambiar impresiones, adquirir materiales, renovar tipos móviles e importar volúmenes extranjeros. Gracias a la difusión de la imprenta y a ese comercio intelectual que no entendía de fronteras se desarrollaron las corrientes humanistas y la conocida como República de las Letras.

En la esencia de nuestra identidad está la lectura, la alfabetización, la oportunidad de hacernos libres gracias a la palabra. Es momento de atesorar dedicatorias, celebrar editoriales, descubrir escritoras, conversar con autores, agradecer a las librerías, alumbrar ideas y rememorar títulos que nos marcaron para siempre. Es nuestra responsabilidad infundir en quienes nos sucedan la curiosidad insaciable en torno a uno de los inventos más formidables del ser humano: el libro.

Naturalizar la asistencia a charlas, talleres, presentaciones y firmas, sea cual sea el género que nos apetezca o el tema que nos interese, es una forma de disfrutar y devolverles a quienes sustentan esta industria un pequeño capítulo de tan generosa historia.

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