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Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

El insulto corroe la democracia

El insulto corroe la democracia
El insulto corroe la democracia
POL

Tras caer el Muro de Berlín y desatarse cierta euforia democrática (Fukuyama), el politólogo Giovanni Sartori pidió cautela porque intuía que, tras la caída de la URSS y la desaparición del enemigo externo del liberalismo, sus adversarios aparecerían dentro. 

Y, efectivamente, la actual oleada populista está actuando como un caballo de Troya que intenta socavar la democracia desde el interior del sistema. Se está viendo estos días en Estados Unidos con Donald Trump (que puede volver a ser presidente a pesar de que acaba de ser declarado culpable por pagar un soborno con fines electorales), y en Europa, con el previsible auge de los partidos ultras en las urnas del próximo domingo.

España, como muchas otras democracias occidentales, viene sufriendo este progresivo proceso de polarización populista que ha dado lugar a lo que el propio Sartori denominó ‘la política de sobrepuja’. Por un lado, problemas que habrían de generar una solución consensuada (violencia de género, políticas de igualdad, brecha campo-ciudad o inmigración) se utilizan para dividir al electorado. Por otro, muchos de los partidos tradicionales han entrado ya en el juego de las formaciones radicales que, impulsadas por determinados medios de comunicación y las redes sociales, acaparan el debate público.

Esta semana se ha aprobado en el Congreso la ley de amnistía. Como España es una democracia, se puede decir que se está de acuerdo o que es un despropósito

Los procesos electorales de la última década (2014-2024) confirma que se han roto algunos consensos morales básicos. Así, la extrema derecha (Vox) desprecia la moderación conservadora (PP) y la izquierda radical y secesionista (Podemos, ERC, Bildu) se burla del reformismo socialdemócrata (PSOE). Los populistas explotan los clásicos mecanismos de polarización a través de su sobreactuación parlamentaria y de internet porque, como demostró Hannah Arendt en ‘Los orígenes del totalitarismo’ (1951), "las masas tienen que ser ganadas por la propaganda".

Lo más inquietante es que en los escenarios políticos en los que el adversario se convierte en enemigo, la mecha de la violencia puede encenderse en cualquier momento, aunque sea de forma accidental. Como advirtió Sartori, el huevo de la serpiente esta ahí, en los sótanos de la sociedad libre. Siempre ha sido así. Por eso, pensadores como Orwell, Brecht o Adorno dejaron dicho que ciertas actitudes criminales han de ser combatidas en su génesis, porque ignorarlas es suicida para los demócratas. Si algo enseña la historia de Europa es que al final del camino del odio siempre aparece la violencia.

Lo que no se puede es gritar impunemente un insulto contra un diputado, sea Pedro Sánchez o Núñez Feijóo

Los insultos escuchados el pasado jueves en el Congreso son una manifestación de las políticas de odio que sembró Pablo Iglesias (Podemos), que abonó el independentismo catalán y que ahora cosecha Santiago Abascal (Vox). "El odio, no las discrepancias, se ha convertido en el impulso principal que guía casi todos los movimientos políticos", afirma Fernando Vallespín en ‘La sociedad de la intolerancia’. Por todo ello, el Parlamento debe ser beligerante con aquellos que transgreden las normas más elementales de la convivencia y, sobre todo, en el templo de la democracia. Un insulto en el Congreso a un diputado es una agresión inadmisible, una línea roja que una democracia no puede permitirse traspasar sin debilitar sus propios fundamentos.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por José Javier Rueda en HERALDO)

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