Opinión
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Por
  • Andrés García Inda

La crítica establecida

La crítica establecida
La crítica establecida
Heraldo

Hace unas semanas acudí a un congreso de mi especialidad. Como ocurre siempre, también en las reuniones académicas lo mejor de todo suele ser el (re)encuentro personal con los colegas, por la oportunidad que ofrecen estas jornadas no solo para renovar la confianza y la amistad con compañeros ya conocidos, o para trabar conocimiento con otros nuevos, sino para establecer o mantener vínculos de colaboración que son siempre fructíferos. 

Además, entre las ponencias y las comunicaciones que se presentan siempre hay reflexiones interesantes e ideas sugerentes, que dan que pensar y abren nuevas perspectivas de análisis, aunque también abunden los lugares comunes y los simplismos enrevesados. Supongo que es inevitable, y si se me permite la expresión seguramente nadie estamos libres de pecado, sobre todo cuando, como sucede a menudo en la Universidad, en general, y en las ciencias sociales en particular, la labor académica se ha convertido en una forma de activismo político y la precisión analítica (y racional) del discurso académico tiende a ceder en favor del impacto social (y emocional) del mismo. Y todavía más en nuestro tiempo hiperpolitizado e hiperpolarizado.

Con frecuencia se presenta como discurso crítico lo que no es sino una defensa de las ideas dominantes

Se tiende a pensar, erróneamente, que para ser verdaderamente ‘científica’ la Universidad y la ciencia social tiene que ser crítica, cuando en realidad es al revés: para ser ‘crítica’, tiene que intentar ser científica (racional, sistemática, rigurosa, objetiva...), a pesar de la maleabilidad del término. Pero lo que resulta más curioso, y en el encuentro del que les hablo no faltaban los ejemplos, es que a menudo ese discurso presuntamente crítico y disidente, o que se presenta como tal, sintonice casi al cien por cien con el discurso del poder. Así, paradójicamente tienden a presentarse como ideas alternativas las que se imponen como establecidas a través de las directrices de los planes de estudio, de las leyes y reglamentos de los boletines oficiales, de los argumentarios de las portavocías gubernamentales, de la publicidad de las grandes corporaciones, de los titulares de los medios de comunicación institucionales o de los guiones de las plataformas de entretenimiento. Es como cuando los miembros del gobierno encabezan las manifestaciones, haciéndose pasar por oposición. Entiéndase bien: lo ridículo o lo malo, si así puede decirse, no es que se compartan y defiendan tales ideas (ni malo ni bueno: dependerá de las mismas) sino que se presenten como una crítica heterodoxa al discurso dominante cuando en realidad son, básicamente, una defensa académica de la ortodoxia establecida.

El poder se envuelve en el manto de una supuesta heterodoxia o incluso se presenta como víctima, y en la academia se abandona la exigencia de rigor y de racionalidad

Esa simbiosis camuflada con el poder no es sólo típica de la academia y se extiende a todo el ámbito de la opinión pública. En una época caracterizada por el victimismo y la tiranía de las minorías, todos queremos estar de ese lado. O, mejor dicho, parecerlo, para poder disfrutar de las ventajas que da el reconocimiento de tales títulos sin soportar ni sufrir ninguno de sus inconvenientes. Por eso tendemos siempre a envolver nuestros argumentos con el aura de la rebeldía y a denunciar las ideas ajenas como propias de la clase dominante y, por lo mismo, expresión de esa dominación. En realidad, es ese victimismo el que se ha convertido en dominante, y hasta tal punto lo hemos hecho nuestro que, como mostraban sin pretenderlo algunos de mis colegas, la crítica del discurso hegemónico se ha convertido en el nuevo discurso hegemónico de nuestro tiempo. En la crítica establecida.

Andrés García Inda es profesor de la Universidad de Zaragoza

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