Opinión
Suscríbete
Eurodolor
Eurodolor
POL

Hace algunas semanas se celebró el festival de Eurovisión. Obviando la polémica sobre la participación israelí, quiero comentar el resultado de nuestra participación.

Salvo algunas escasas excepciones, hace ya bastantes años que nuestros representantes cosechan unos resultados que solo pueden calificarse de malos. Ya no existen locutores que pretendan convencernos de que la causa es la tradicional inquina antiespañola. En mi opinión solo hay una. La escasa calidad de nuestra propuesta, sobre todo en lo que se refiere al tema musical, más que a la profesionalidad del representante.

Empieza a ser recurrente que la propuesta española para el festival de Eurovisión sea valorada por los jurados y por el público con una escasa puntuación

Se han intentado fórmulas variadas para elegir el tema con más gancho, ya que se trata de un certamen de música muy comercial, que suele caracterizarse por ser muy pegadiza y, por qué no decirlo, muy prescindible. Otros países, los nórdicos especialmente, sí consiguen acertar con más frecuencia. Los expertos españoles pretenden saber qué les gusta a los jóvenes, a los jurados profesionales, a los del sur de Europa, a los del norte, a los del este y hasta a los de Australia. Pero la verdad es que cada vez eligen peor.

La música, al menos cuando yo estudiaba, tiene una serie de componentes, melodía, armonía y ritmo, que hacen agradable escucharla. Su equilibrio, basado en nuestra experiencia cultural, nos permite identificar unas características estéticas que denominamos belleza. No siempre hay que seguir el canon establecido, pero las propuestas disruptivas no son garantía de nada. Pintar caras con formas geométricas fue original, pero Picasso y Braque hicieron mucho más que eso, y por ello lograron la fama. Los promotores están obsesionados con propuestas estridentes, en muchos casos chabacanas, que solo buscan los tres minutos de gloria de la interpretación. No sé qué dirán en los otros países, pero aquí intentan convencer al público de que nuestra propuesta es caballo ganador, aunque llegado el correspondiente sábado de mayo la realidad se vuelva a imponer otra vez, en mi opinión, afortunadamente.

Seguramente, la discutible calidad estética de las canciones elegidas sea una de las causas

La música evoluciona. Más allá de la dramatización, todos los ‘biopics’ de los grandes músicos muestran siempre un rechazo de sus primeras composiciones por parte de la ortodoxia. Sus novedades no eran entendidas ni aceptadas fácilmente. Pero esto no tiene nada que ver con que un grupo de expertos busque siempre algo histriónico y lo intente vender calificándolo de nuevo, fresco, reivindicativo y otros epítetos que nada tienen que ver con la música. Buscarle algo especial a una canción en un festival como Eurovisión es comparable a decir que un alimento es muy bueno para la salud, que contiene no sé cuántos antioxidantes, probióticos y demás inventos seudocientíficos y que no se diga nada acerca de cómo sabe realmente. Ni la música ni la gastronomía se hacen en los laboratorios.

Las canciones deben ser canciones, independientemente de su dificultad interpretativa. Deben emocionar al espíritu, ser agradables al oído, producirnos una sensación placentera y evocarnos un recuerdo emotivo al ser escuchadas nuevamente. También para un festival como Eurovisión, donde han pasado a la posteridad letras de extremada complejidad semántica y retórica como la, la, la, sigo cantando y eres tú.

Ana Isabel Elduque es catedrática de Química Inorgánica de la Universidad de Zaragoza y decana del Colegio Oficial de Químicos de Aragón y Navarra

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Ana Isabel Elduque en HERALDO)

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión