Opinión
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Amistad
Amistad
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No quiere encenderse a la primera mi viejo ordenador portátil. Hace tiempo que va muy lento y que algunas teclas, sobre todo la de la i, hay que pulsarlas con demasiada fuerza. 

A pesar de que a veces me saca de quicio, la idea de cambiarlo por uno nuevo me entristece. Apegarse a los objetos es absurdo, me digo, al fin y al cabo son solo cosas. Pero es difícil darse consejos a uno mismo.

Apegarse es sinónimo de encariñarse y de adherirse. A mi edad me cuesta encariñarme con algo nuevo. Me costaría una barbaridad tener que ir a vivir a una nueva ciudad y ya no sería capaz de hacer amigos. Los viejos amigos, con los que seguir celebrando cumpleaños, que es como seguir celebrando la amistad, me bastan y me sobran. Soy una persona afortunada. Más que afortunada, incluso.

Estuve hace unos días en la celebración del cumpleaños de una de mis mejores amigas. Creo que ella estaba realmente feliz, y todos los que la abrazábamos y achuchábamos estábamos igualmente felices. Creo, como suele decir otra de mis mejores amigas, que quien tiene un amigo tiene un tesoro. Más de una vez he sido consciente de no estar a la altura de mis amistades. Pero ellas no me tienen en cuenta mis repentinos desapegos, ni mis salidas de tono, ni que me ponga estupenda o me eche a llorar como una magdalena. Es posible que sin el cariño de tantas buenas personas me habría ido mucho peor en la vida.

Mi padre creía en mi buena suerte, decía que siempre me tocaban las mejores cartas, y no se equivocaba, aunque yo no supiera de qué iba el juego. Creo que, en lo que a buenas amistades se refiere, soy la más rica potentada del mundo.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Cristina Grande en HERALDO)

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