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  • Javier Hernández García

Todo o casi todo depende de Europa

Todo o casi todo depende de Europa
Todo o casi todo depende de Europa
Pixabay

Tras las elecciones a los parlamentos de Euskadi y Cataluña, y cuando aún no se ha cumplido un año de las elecciones autonómicas y municipales, ni diez meses de las nacionales a Congreso y Senado, deberemos cumplir con ese deber, que no obligación, como ciudadanos que es el acudir a votar, en esta ocasión para elegir los sesenta y un escaños que corresponden a España en el Parlamento Europeo, siendo nuestro país circunscripción única, lo que lleva a que cada partido presente una única lista para todo el territorio nacional.

Las elecciones europeas son quizás de las menos atractivas para el ciudadano medio, y no solo para el español, pues la desafección es tónica en todos los países de la Unión. No creo que la elección de los noventa y seis escaños de Alemania, los ochenta y uno que elige Francia o los setenta y seis de Italia, muevan mucho mayor entusiasmo que los que a nuestra nación corresponden, ni tampoco elegir los seis que a los pequeños Malta, Chipre o Luxemburgo corresponden, dándose en estos comicios algo similar a lo que ocurre en nuestras elecciones nacionales o autonómicas, en las que el valor del voto no es igual en todos los países, pues si un parlamentario procedente de Alemania representa a casi novecientos mil alemanes, un maltés apenas a noventa mil. Un ciudadano un voto, pero unos valen más que otros.

Y esa desafección que indico, quizás sería mucho menor si alguien se dedicara a explicarnos las verdaderas labores, y su importancia, que se desarrollan en Bruselas y Estrasburgo, pues sí, la cámara Europea tiene curiosamente dos sedes: la del trabajo que podemos llamar ordinario que se desarrolla en la inmensa sede de la capital belga (las colas en uno de sus varios restaurantes internos al mediodía son mayores que en cualquier ‘resort’ playero) y la de la franco-alemana ciudad del Rin, a lo largo de la historia lo ha sido de uno u otro país, dedicada más a los plenos y a la que periódicamente deben desplazarse, cubriendo los cuatrocientos treinta y cuatro kilómetros que separan ambas ciudades, los eurodiputados, sus equipos y el personal de Bruselas. En Europa sobra el dinero, parece.

Todos hemos oído hablar de la Política Agraria Comunitaria, la famosa PAC, o que cada vez que se pone sobre el tapete un nuevo presupuesto para nuestra querida y convulsa España, Bruselas debe dar el visto bueno, pero no sabemos si eso es cosa de la Comisión, del Consejo o del Parlamento, y ya no hablemos cuando se trata de los órganos judiciales, que incluso se confunden con los de otro organismo que no tiene nada que ver con la Unión Europea, como es el Consejo de Europa y su Tribunal de Derechos Humanos.

Pero casi nadie sabe, ni aun los que supuestamente se supone sabemos de Derecho por dedicarnos a él, que las muchas y cada vez más específicas normas que emanan del Parlamento Europeo, de obligado cumplimiento en los países miembros, incluso por encima de las normas propias, y que perfectamente pueden ser directamente alegadas en juicio, cada vez afectan a más sectores de la vida cotidiana de los ciudadanos del viejo continente, y ya no únicamente en materias puramente económicas, de alta política o relaciones internacionales, sino en materias tan importantes como el medio ambiente, el consumo, derechos sociales o la sanidad.

La expansión legislativa del Europarlamento es cada vez mayor y afecta a más áreas de nuestra vida cotidiana, y baste poner un ejemplo, pues ya en el ámbito civil, en el de nuestro derecho foral, la que es ley personal de los aragoneses, cabrá tener en cuenta los reglamentos europeos en cuestiones como las herencias o el régimen matrimonial, que podrán afectarnos sin ser conscientes de ello.

Javier Hernández García es jurista y militar

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