Opinión
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La Seo como templo de Estado

Interior de la catedral del Salvador, La Seo.
Interior de la catedral del Salvador, La Seo.
José Miguel Marco 

La larga vida de la catedral más antigua de las dos que, caso rarísimo, posee Zaragoza, ha deparado a la Seo de San Salvador numerosos momentos y sucesos que merecen la calificación de históricos.

En diciembre de 1118 Alfonso I ganó, tras largo y dificultoso asedio, Saraqusta (ya, Çaragoça) a los invasores almorávides. El africano imperio almorávide, de inspiración coránica rigorista y temido por no pocos musulmanes andalusíes, había derrocado sin gran esfuerzo militar a la culta y refinada dinastía árabe de los Banu Hud, de aristocrático origen yemení, uno de cuyos reyes construyó la exquisita residencia de la Aljafería, extramuros de la capital, de la que luego harían su palacio real los monarcas cristianos de Aragón.

El 12 de octubre de 1121 fue consagrado el templo de San Salvador (es decir, de Cristo) como sede (‘seo’) episcopal, sobre el solar de la mezquita mayor de la ciudad. A partir de ahí surgió un templo románico de buen arte, según se aprecia en sus ricos, aunque escasos, restos subterráneos y en detalles constructivos y escultóricos que han pervivido en el ábside. El obispo de Zaragoza fue, desde entonces, un prócer importante entre los grandes personajes del reino y, desde 1318, concedida por Roma la dignidad de arzobispo metropolitano a su titular, el prelado fue la cabeza de la Iglesia en Aragón y el primer mandatario estamental en las Cortes de Aragón, según el protocolo del Medievo.

La fiesta de consagración catedralicia, el 12 de octubre, ha ido creciendo desde comienzos del siglo XII hasta alcanzar la envergadura actual, de modo que la catedral nueva ha engullido en cierto modo a la más antigua. Ocurrió a partir del siglo XVII, cuando el papa Clemente X otorgó la condición de catedral también al antiquísimo templo de Nuestra Señora del Pilar: en 1676 se fundieron en uno los dos cabildos (‘capítulos’ de sacerdotes adscritos a una iglesia catedral o colegiata), que desde entonces tienen un único deán (decano). Este papa, Emilio Altieri, canonizó al jesuita Francisco de Borja, noble que se educó en Zaragoza y era bisnieto, por línea bastarda, de Fernando el Católico.

Se dice, con verdad, que en la Seo se coronaban los reyes de Aragón. Pero solo después de haber sido ungidos con el crisma pascual que los convertía en una variedad singular de ministros de Dios y de la Iglesia, en personajes sagrados e inviolables, «por la gracia de Dios». Un prelado (el arzobispo de Zaragoza, a partir del siglo XIV), en nombre de la Iglesia Católica, transformaba al rey, mediante la unción cuasi sacramental, en una persona sagrada, al modo de los presbíteros y los obispos. Tras ello, podía ser coronado y, en fin, jurar que guardaría las leyes (fueros) del reino.

El juramento podía repetirlo el monarca en el resto de sus reinos y estados principales. Lo hizo a menudo como soberano en Valencia y en Barcelona. Pero la unción y la coronación que lo convertían en cabeza de la Corona toda solo se oficiaban en la Seo cesaraugustana. Ciertos reyes no se sujetaron a este imponente rito para librarse del oneroso tributo a Roma (Jaime I) o por haber ceñido ya otra corona (Fernando II era rey de Sicilia cuando sucedió a su padre en Aragón). También en la Seo se juró alguna vez al heredero de la Corona como futuro soberano, según correspondía al vástago real, duque y, luego, príncipe de Gerona.

Hoy cabe preguntarse si la Medalla de Aragón, tan adecuadamente otorgada por el Gobierno autónomo a la princesa de Asturias, Gerona y Viana, requería verdaderamente el escenario catedralicio.

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