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  • José Badal Nicolás

La tentación del tetero público

La tentación del tetero público
La tentación del tetero público
Heraldo

Observando desde mi ambón el mudable panorama laboral que nuestra adormitada sociedad soporta con docilidad y resignación, mi recomendación para la gente joven que por primera vez busca un empleo razonablemente remunerado y el modo de labrarse un porvenir sostenible es el emprendimiento. 

Pero el emprendimiento de una ‘carrera’ en el ámbito de la política con afán de aguantar agarrado al tetero público y perdurar en el chollo, haciendo cuanto sea menester, incluso a costa de la propia probidad, renunciando a cualquier atisbo de pundonor o dignidad, con tal de no soltar la ganga de un puesto de trabajo conseguido apenas con esfuerzo y en ausencia de merecimiento patente.

Reconozco que es una exhortación que brota de mi desencanto, pero plenamente motivada a la vista de la lluvia de cargos que, cual oficios enajenados, nuestro imperfecto sistema reparte generosamente entre personas a menudo poco ilustradas y por ende con notables taras funcionales. Por esto, a fuer de pragmatismo, mi sugerencia va dirigida específicamente a quienes con responsabilidad se preocupan por su medio de vida y buscan una ocupación durable y estabilidad económica. Difícil trance que casi todos los mortales tenemos que afrontar en busca de una solución viable.

¿Acaso no resulta tentador el disfrute de un pingüe salario percibido por nepotismo o enchufismo, sin el engorroso requisito de la debida cualificación? Esto no es impudencia, es simplemente posibilismo. No me digan ustedes que el provecho obtenido de un trabajo asequible, poco enrevesado y bien retribuido, no es una opción atrayente para alguien joven, especialmente si carece de preparación o es un haragán. La sinecura o la canonjía son prebendas asaz golosas anheladas por personas ventajistas decididas a acortar el camino por un atajo; pero al fin y al cabo son favores o gracias con evidente presencia en el actual magma político.

Los partidos políticos no pueden ser agencias de colocación ni proclives a la cooptación en detrimento
de su (supuesta) vocación de servicio

Por desgracia, el biberón público colmado con el dinero del contribuyente, del que con fruición no dejan de mamar muchos aforados, ‘asesores’ y demás gente inane, es una realidad consabida y deplorable, a la vez que una apetecible bicoca a la que algunos se aferran con fuerza. La mamandurria que brinda un cálido y acogedor hueco arrimado al rescoldo del despilfarro sufragado por todos, de la que se aprovechan tantos camaradas y conmilitones con manifiestas carencias para el correcto desempeño del puesto de trabajo que ostentan, es moneda corriente dentro del entramado de oscuros intereses que infortunadamente guían las acciones de algunos de nuestros personajes con mando en plaza.

Aunque el rédito de un empleo lucrativo y poco trabajoso no está exento de exigencias. El aspirante tiene que rendirse ciegamente al dictado de su superior jerárquico y sobre todo aplaudirle con entusiasmo sus gracietas y ocurrencias, por disparatadas que sean. Debe mostrar suficiente cintura para no disentir de las aseveraciones de su líder y asimismo doblez para, sin apenas mediar tiempo, defender lo contrario en una atrevida pirueta dialéctica, alejando la sensación de una falacia grosera o de una falta de principios.

La teta pública está ahí para asirla. No se exige ningún título o diploma homologado, ninguna formación previa ni experiencia, ni siquiera ideología; solo actitud acrítica frente a la doctrina oficial, conformismo y mansedumbre, fe y no razón. Ah, y simulada devoción por el jefe supremo. No hace falta más para procurarse la pitanza.

Los partidos políticos no pueden ser agencias de colocación ni proclives a la cooptación en detrimento de su (supuesta) vocación de servicio. Los altos cargos de libre designación deberían lograr la anuencia de las cámaras correspondientes. Habría que auspiciar la democracia real, establecer la separación real de poderes, instituir la limitación de mandatos, hacer gala de sentido común, sensatez, buenas maneras…

José Badal Nicolás es catedrático emérito de la Universidad de Zaragoza

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