En 'trendy', miento
¿Saben ustedes lo que está de moda? ¿Lo que estará, lo ‘trendy’? Eso que dicen, ¿lo entendí? Algunos sí saben lo que está calentito; normalmente, son los que fuerzan la máquina para que la entelequia en cuestión se convierta en realidad. Son los que descubren un día al mundo las virtudes del tofu con una vinagreta de frambuesa, y conocen el modo más eficaz de multiplicar el mensaje: aliados con eco, altavoces estratégicos, cuartetos de octavillas y centenares de púlpitos.
La moda como arte es una maravilla; lo hemos visto la semana pasada con la Aragón Fashion Week, recordatorio anual (hace seis, y que siga, que os lo curráis mucho) de que la creatividad aplicada a lo que reviste nuestra desnudez es un arte mayúsculo. Como imperativo (ahora hay que ir a la pata coja en acantilados) resulta algo irritante o ridículo, y como estratagema para la alienación de mentes, una catástrofe. Está de moda la tinta de calamar en la política; nada nuevo, y tan cíclico como se presupone al concepto. Cuando pintan bastos, la tinta de calamar es maravillosa. El barco hace aguas por tres sitios y el prestidigitador emplea su tribuna para desviar la atención a un cuarto asunto que borra de la actualidad el mentado trío de fugas.
Sigo. los rivales del prestidigitador señalan con esmero las fugas previas al tintazo, y se inventan dos o tres más, haya o no pruebas irrefutables de tales desmanes en la trayectoria del mago. El rival es otro calamar virando a sepia, o a negrísimo, para que los atónitos espectadores del duelo vean cada vez menos la trastienda del asunto. En menos que canta un gallo llegan elecciones, seguidas de algún referéndum, votaciones a mano alzada, ‘doodles’, cenas de empresa, días mundiales del encefalograma plano, retiros espirituales, visiones cenitales y bajadas a los abismos. Todo correcto.
