Siéntense y esperen

Un vehículo joven ofrece prestaciones muy similares a un coche nuevo.
Siéntense y esperen
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Conduce uno envuelto en la emoción su coche recién salido del concesionario. Inédito. Con el aroma de lo todavía no gastado y el distintivo de la novedad. No hay un vehículo que brille más ni que cumpla con la elegancia de lo estrenado.

Muchas veces disfruto con mis criaturas –hace tiempo convertidas ya en báculos- del reto de encontrar la combinación más alta de números y letras en las matrículas, cuestión en la que suelo ser un aventajado descubridor. Juego familiar que nos convierte en ganadores, gracias al sello distintivo que brinda la placa hace tan poco inaugurada.

Porque si bien es cierto que otros coches también nuevos merodean alrededor de nuestro registro, ninguno logra mejorarlo, lo que contribuye a estirar el orgullo. Y se maneja uno con la autoridad que le confiere esa puesta de largo, asemejada al del papel protagonista en una película de estreno. Asomada la cresta para que el entorno le contemple con admiración, respeto y una pizca más o menos grande de envidia. La que está convencido que merece.

Hasta que pasados unos días, casi de refilón, se atina a reconocer que hay quien mejora los números de la chapa. Un volante aún más nuevo.

Ha sido apenas un instante, emparejados en el cruce del semáforo; y se va, pasa de largo, envuelto en su halo de magia. Pero deja una espinita que se convertirá en aguja conforme se sucedan vehículos que reordenan la jerarquía con juvenil altivez.

El discurrir además va dejando a su paso el reguero de cicatrices que conlleva su uso: un pequeño golpe, el roce con la columna, la marca de un inhábil conductor en el aparcamiento… Lo que alivia del pesar de la primera vez y contribuye a brindar experiencia y distinción. Y se le coge cariño a una veteranía que logra hacerse respetar en el desempeño de las batallas urbanas; y encuentra su acomodo y distinción por entre el descaro de lo adolescente.

Espejo del discurrir de la vida, sendero de experiencias. Cuyo progreso y desenlace, con una contundente regularidad, siempre es una mera cuestión de tiempo. Del paso del tiempo. Siéntense y esperen.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Miguel Gay en HERALDO)

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