La verdad de la guerra
Más allá de la infamante amnistía que se nos viene encima, es extraordinaria la capacidad conflictiva que nos asalta a cada instante y casi por cualquier asunto. No es que uno aspire a estas alturas a habitar en una arcadia de consensos y armonías, pero del desprecio constante a los matices brotan sublevaciones rotundas y devastadoras.
Es difícil calibrar con precisión el peso que ha tenido la pandemia en este clima insano en el que se han disparado las agresiones a sanitarios y docentes, los atropellos, los exabruptos y los desaires y todo ello, no por casualidad, coincidiendo con un auge de problemas mentales.
Incluso la guerra en Oriente Próximo ha quebrado a la sociedad española de forma un tanto absurda. Sería pueril recordar que nadie es completamente inocente en ese largo conflicto, como lo sería obviar las responsabilidades de sujetos que no aparecen hoy como contendientes directos. No es sensato tomar partido en función de la cantidad de muertos y tampoco lo es hablar, como se ha hecho tramposamente, de una proporcionalidad que es imposible.
Una cosa es la guerra y otra muy distinta su debate, que acepta todo tipo de florituras. El horror tiene sus propias dimensiones y habría que admitir que son inaprehensibles para los análisis que se hacen desde un sillón y también para los gritos que se lanzan en las calles de Occidente. La guerra es expresión del caos, lo que significa también el desbaratamiento de la norma y el Derecho, la convulsa anulación de la razón y la palabra. Es innegable que esto apela mucho antes a un Estado democrático como Israel, que pivota desde su origen entre el conflicto y la convivencia, que a una organización terrorista como Hamás. Camus destaca de manera elocuente en sus ‘Reflexiones sobre la guillotina’ que el rufián no predica la moral pero el Estado sí.
En una guerra toda pretensión de justicia es una ilusión hueca, un cristal siempre a punto de resquebrajarse sobre una montaña de cadáveres. Son estos, los muertos inocentes, los que sostienen su única verdad incontrovertible.
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