El inexorable paso del tiempo
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Cuando era un niño pensaba que mi abuela había sido siempre abuela. En mi cabecita infantil no encajaba la idea de que esa persona cariñosa, algo arrugada y de pelo cano hubiera tenido infancia, se hubiera casado de blanco con mi abuelo -a quien no conocí- o incluso hubiera viajado unos cuantos meses en su día en el seno de mi bisabuela.
No sé si era candidez, simpleza o falta de realismo, pero creo recordar que durante mucho tiempo no me planteé que existiera una trayectoria vital por la que todos pasamos, que aquí nada es permanente y la curva inicia el descenso enseguida, más pronto de lo que piensas.
Cuando tras cuarenta años de ausencia regresé hace siete a Zaragoza, comprobé que los padres de mis amigos, los amigos de mis padres, las personas que por vínculos de sangre, colegio o vecindad protagonizaron mi infancia y dejé en la plenitud de su existencia o ya faltaban o la vida les había envuelto en la ancianidad. Gracias a Dios fui consciente enseguida que, a pesar de los estigmas del tiempo, no habían dejado de ser los mismos, personas que habían trabajado con abnegación, levantado y mantenido con esfuerzo empresas, comercios y despachos, sacado adelante a su familia e incluso alguno fue en su día personaje destacado de la ciudad. Y es que, a pesar de su vejez, siempre mantuvieron, como personas con cuerpo y alma, su dignidad y valores, porque la virtud y la bonhomía permanecen hasta el último suspiro.
es bueno, porque siempre es momento de aprender,
de amar y de intentar hacer el bien
La generación de nuestros abuelos ya no existe y la de nuestros padres ha dado en su mayoría sus últimos coletazos. Mientras tanto, la mía hace tiempo que aparcó eso de estar en "lo mejor de lo peor": ahora confrontamos nuestros planes con la artrosis, las operaciones de cadera, los problemas de micción y el temor a las cada vez más frecuentes lagunas de memoria.
No se trata de ser negativo, sino de asumir que cada vez es más necesario tomarse la vida con otros enfoques. A todos nos toca, más pronto que tarde porque el tiempo transcurre a toda marcha, ir percibiendo esa pérdida de energías, facultades y presencia externa. Todos debemos escuchar y asumir el mensaje de que todo tiempo es bueno, porque siempre es momento de aprender, de amar y de intentar hacer el bien.
Cuando nos miramos al espejo, nos vemos lentos de pies y cabeza o nos olvidamos de acudir a la última cita, no es solución atormentarse, no solo por eso de que "la belleza permanece en el recuerdo", sino especialmente porque la decrepitud física de quienes nos anteceden debe ayudarnos a amarlos y ayudarles más, ser agradecidos con ellos... y, además, sirve de autoguía para nosotros mismos. Y a nuestros mayores, que todavía siguen quedando bastantes en la tierra, que no olvidemos que tenemos con ellos una permanente deuda de respeto y gratitud: infinita y hasta el último minuto.