Opinión
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  • Andrés García Inda

De lenguas y besos

De lenguas y besos
De lenguas y besos
A. Donello

Seguramente es un signo del individualismo expresivo de nuestro tiempo que, mientras asistimos a la demolición gradual del Estado de derecho, andemos hablando a todas horas, apasionadamente, de besos y lenguas. De besos sin lengua y de lenguas sin besos. 

Y cantando entrelazados aquellos versos de José Agustín Goytisolo que musicó tristemente Paco Ibáñez –en los que, de paso, hemos sustituido al lobito bueno por el PSOE, también el bueno, claro–: "Érase una vez... el mundo al revés".

Entre nosotros, el último episodio ha venido propiciado por las entusiastas declaraciones que hizo el diputado aragonés de Sumar reivindicando el uso de la lengua aragonesa en la Cámara Baja y por las reacciones subsiguientes, entre quienes se mostraban críticos con tales declaraciones y quienes a su vez veían en las críticas un ejemplo de odio y desprecio hacia esa lengua y sus hablantes y, por extensión, hacia todo Aragón. Como me cuento entre los primeros tal vez convenga aclararles (y aclararme) por qué. Huelga decir que, además, crítica no significa animadversión, aunque siempre haya quienes, a favor o en contra, confundan el desacuerdo con el insulto. Esa confusión se produce más fácilmente cuando, como en este caso, las ideas se identifican con los sentimientos hasta tal punto que la declaración política se convierte en una expresión personal, de manera que toda crítica a la misma se toma como una agresión o una bofetada. De hecho, la primera discrepancia respecto a las manifestaciones que hacía el joven político era de carácter formal, por así decirlo, y tiene que ver con esa tendencia a la hipérbole y a la grandilocuencia, al victimismo y al disparate, que se percibía en la rueda de prensa. Todo vale cuando de expresar emociones se trata; y más cuando se es joven. Pero cabe pensar si desde el punto de vista político lo deseable no sería más bien la mesura y la contención de éstas (tanto de las positivas como de las negativas) sobre todo entre quienes, como nuestros cargos públicos, llevan a cabo tan importante labor, tanto didáctica como representativa.

Es el castellano la lengua que permite el entendimiento entre todos los españoles, por lo que resulta lógico que sea la que se utilice en las instituciones públicas

Yendo al fondo del asunto, las diferencias por supuesto no tienen que ver con el respeto, el estudio y la protección del patrimonio cultural aragonés en toda su extensión (incluidas las variedades o variantes lingüísticas), ni con la defensa de los derechos de sus hablantes, que comparto plenamente. En nuestros días, afortunadamente, en Aragón no se multa a nadie por rotular como quiere, ni se espía a los niños en los recreos para ver cómo hablan, ni cosas por el estilo; y por lo que dicen algunos de los que más saben de esto, nunca ha estado la lengua aragonesa tan protegida y fomentada por los poderes públicos y al parecer nunca ha estado más cerca de desaparecer. No, el desacuerdo no tiene que ver con eso, sino con el uso político que algunos hacen del fomento de esa lengua como un elemento diferencial en la construcción de la ciudadanía. La lengua ‘propia’, se dice, lo que simplemente significa que es originaria de esta región, pero que para algunos se convierte en distintivo de la misma. Como si para ser un auténtico aragonés, al cien por cien, de pura cepa, hubiera que charrarla o chapurrearla en alguna medida (como ser del Real Zaragoza o salir en la ofrenda a la Virgen del Pilar). Pero hay muchísimos miles de aragoneses para los que su lengua materna o la de sus ancestros no es el aragonés, ni el catalán, ni nada por el estilo, sino el rumano, el chino o el árabe, por poner algunos ejemplos. ¿Es que no son tan aragoneses como los otros? Si el español (o el castellano, como ustedes quieran), que es tan aragonés como el otro, es hoy día la lengua del Estado, es porque, fruto de todas las circunstancias históricas que quieran, es la que contribuye a favorecer el entendimiento y la convivencia entre tantos diferentes, por ser común a todos. ¿No debería ser esa la regla de juego de las instituciones públicas, las que tienen que ver precisamente con lo común?

Y eso no significa ningún desprecio hacia las otras lenguas que se hablan en Aragón o en España

Por último, cabe dudar también de si el Congreso de los Diputados debe convertirse en el escenario permanente de todo tipo de expresiones folclóricas, dicho esto sin ningún ánimo peyorativo sino todo lo contrario, de los diferentes pueblos de España. ¿En eso debe consistir realmente el debate político democrático? ¿Y de eso depende realmente la identidad de esas gentes o esos pueblos? Sí, ya lo sé, me dirán que es algo inevitable, pero permítanme discrepar públicamente y no lo consideren algo personal. No se lo tomen ‘malamén’.

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