Opinión
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Por
  • Mónica Fuentes Ruiz

El estratega Sánchez

Pedro Sánchez en la sede del PSOE durante la noche electoral en Madrid.
Pedro Sánchez en la sede del PSOE durante la noche electoral en Madrid.
J. J. Guillén

Lo volvió a hacer. El mago Sánchez golpeó con la varita mágica su chistera y de ella salió una opción de gobernabilidad, enrevesada pero factible (a su estilo), cuando pocos confiaban en que el PSOE_saliera vivo del 23-J. Nadie imaginó un fin de fiesta, bailando en Ferraz al ritmo de ‘Verano azul’, cuando convocó elecciones el 29 de mayo para aguar al PP_la celebración del triunfo histórico que redujo a la mínima expresión los feudos de la izquierda.

Bien pudiera parecer que los barones socialistas, que centraron su campaña en ‘vender’ su gestión, se llevaron el bofetón político que la ciudadanía reservaba a Sánchez por la incoherente ley del ‘solo sí es sí’ y los acuerdos con Bildu. Tan nacional fue la campaña autonómica que, cuando llegaron las elecciones generales, quedaba poco por decir. Y al PSOE le benefició.

En su televisiva gira en ‘prime time’, el estratega Sánchez mostró su cara más amable. Solo suspendió en el cara a cara con Alberto Núñez Feijóo. Se crecía cada vez más, acuñando el relato de la remontada. En voz baja primero, a grito pelado después. Tanto resonaba que a Feijóo se le iba haciendo eterna la campaña. Apeló el PSOE casi tanto al voto útil como al del miedo; para huir de los túneles tenebrosos de un pasado en blanco y negro.

Pero no todo vale para seguir en la Moncloa. La debilidad de la izquierda ante los independentistas es máxima y la Constitución es la línea roja que no se debe traspasar. Si se exceden en sus pretensiones, Sánchez podría optar por repetir elecciones. Un win-win de manual, como diría Iván Redondo.

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