Opinión
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Redactor de Cultura de HERALDO DE ARAGÓN

Javier Tomeo contra todos

El escritor Javier Tomeo.
El escritor Javier Tomeo.
José Miguel Marco

La Feria del Libro de Zaragoza cierra hoy. Igual que la de Madrid, donde siempre hay presencia aragonesa, los sellos Xordica y Contraseña, sin ir más lejos. 

Y justo estos días, Jorge Herralde publica en Anagrama cinco de las grandes novelas de Javier Tomeo, quien, al parecer, se quitaba un año: habría nacido en 1931 y no en 1932, en Quicena (Huesca), y se fue del mundo hace una década, en 2013.

Javier Tomeo Estallo, que solía recordar que había sido tercer portero de la S. D. Huesca en los 50, firmaba así sus primeros artículos de prensa, y se curtió en mil y un empeños: hizo de negro, fue traductor con un inglés deficiente, confeccionó enciclopedias y monografías y hasta frecuentó el cómic desde su puesto de administrativo de Hispano Olivetti. Durante años, junto a sus lecturas de rigor, Poe, por ejemplo, manejó sus libros-herramientas: clásicos grecolatinos que le suministraron la conseja de los mitos. Y un día debutó con una novela, ‘El cazador’, que luego reeditaría con el título de ‘El cazador de leones’ -recogida en el volumen de Anagrama con ‘El castillo de la carta cifrada’, ‘Amado monstruo’, ‘La ciudad de las palomas’ y ‘El canto de las tortugas’-, donde ya estaba toda la poética de su obra: los espacios cerrados, el aislamiento del mundo, las psicopatías y la incomunicación. Después ganaría el premio Ciudad de Barbastro con ‘El unicornio’. Alguien le dijo que se parecía a Kafka, al que no había leído; lo hizo y dijo: «Coño. Este tío me copia». Tenía razón: Kafka se adelantó a su tiempo, y nos recordó que vivíamos en un mundo absurdo donde lo más difícil es convivir y entenderse.

A Javier le encantaban los bestiarios, las historias cortas, el relato veraz de aquel hombre que había amado a una pantera. Era un romántico empedernido que adoraba a las mujeres; el monstruo que llevaba dentro se remansaba en suavidad y deseo.

Si viviese ahora, ante este nuevo debate del PSOE -otra batalla de los socialistas, empecinados en mostrar que se detestan, que tienen el infierno de la disputa y el odio en casa y que quieren ser patéticos ante todo-, diría: «Déjame todo eso de ruido de fondo. Me anima». Y se pondría a hacer sus moñacos y quizá habría escrito: «Váyase a casa, Javier. Váyase a casa, Pedro. Han llegado la intoxicación y el menosprecio que me habría imaginado yo mismo, un creador de ficciones».

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