Opinión
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Por
  • Julio José Ordovás

En marcha

Día Mundial de la bicicleta en Zaragoza.
En marcha
Guillermo Mestre

Me gusta ver el Ebro cuando levanto cada mañana la persiana del salón. Me gusta poder ir al trabajo en bicicleta, aunque a menudo tenga que pedalear contra el cierzo. Me gusta que la farmacéutica me fíe si necesito algún jarabe para mi hijo y no llevo dinero encima. 

Me gusta hablar con el librero de la muerte de la novela y con el quiosquero de la muerte del periodismo y con el párroco de la muerte de Dios. Me gusta tomarme un café frente a la iglesia de San Nicolás de Bari y trasladarme desde allí a la época en que Zaragoza era una ciudad no menos hermosa y fantasmagórica que Praga. Me gusta pasear con mi libreta y mi pluma en el bolsillo del abrigo y sentarme a escribir en los bancos de las plazas. Me gusta imaginar que soy un policía fuera de servicio cuando recorro de madrugada las calles desiertas. Me gustaría pintar lo invisible en lo visible. Me gusta poder leer la historia de mi vida en ciertos lugares que no han cambiado demasiado con el paso de los años. Me gusta la neblina melancólica que envuelve los cuadros, las películas, los discos y los libros a los que vuelvo una y otra vez.

Me gusta recordar las últimas palabras que Holmes dirigió a su amigo Watson: "Es usted lo único inalterable en una época en la que todo cambia. Pero, aun así, va a soplar viento del Este, un viento como nunca se ha visto soplar en Inglaterra. Será un viento frío y crudo, y puede que muchos de nosotros nos apaguemos bajo su soplo. Pero, con todo, es Dios quien envía el viento, y cuando amaine la tormenta, el sol brillará sobre una tierra más limpia, mejor y más fuerte. Arranque, Watson, que ya es hora de que nos pongamos en marcha".

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