Opinión
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La Comisión Islámica, en contra de las normativas que prohíben vestir el velo islámico.
Ese velo
David Aguilar

Siempre me cuenta lo que ha aprendido en la escuela y se cambia varias veces de mano porque le molesta el sudor. 

A menudo interrumpe el discurso para formular cualquier duda que se le ocurre: para qué sirve esa señal, quién enciende los semáforos. Mis respuestas no son muy elaboradas y le digo lo primero que me viene a la cabeza. Solo me vi en apuros cuando quiso aclarar qué significa morirse. Por suerte estábamos en el salón; con el disgusto lloró un buen rato. Aparentemente, no se nos dio tan mal, porque preguntó afligida que qué pasaba con los que se quedan echándote de menos y que si ella también era como todos.

Hoy, de camino a casa, observa a una señora con niqab y me susurra que por qué va tan tapada. Hago malabares con la fe, la religión, la intimidad. No sé cómo responder. Su gesto retorcido se va acentuando a cada paso y siento que ha caído en el examen justamente la que no me sabía. Insiste en que debe de ser incómodo ese velo, si casi no se le ven ni los ojos. Suspenso. Quiero enseñarle tolerancia, libertad y costumbres diversas, mientras pienso en Irán, en las jóvenes asesinadas a manos de la policía moral, en las protestas de hombres y mujeres valientes que están plantando cara a la opresión, en quienes pudieron huir para salvar su vida. Guardo silencio con el rostro de Mahsa Amini en la retina y seguimos caminando. Saboreo ese fracaso, siglos de insensatez convertidos en impotencia, y fantaseo con un futuro en el que pueda explicárselo. Pero la niña lo entiende. Mucho mejor que nadie.

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