Opinión
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¿A nación por lengua?

¿A nación por lengua?
¿A nación por lengua?
POL

Un país tetralingüe no son cuatro países, como una interpretación simplista suele creer. Una taza de café con leche no se puede descomponer en una tacita de café y otra de leche, es otra cosa". 

Así reflexiona sobre las lenguas de España el filólogo aragonés (Zaragoza, 1949) Ángel López García-Molins. Es, desde hace muchos años, catedrático de la Universidad de Valencia. Enseñó, antes, en la de Zaragoza y también ejerció en Lérida como catedrático de bachillerato. Además de ser un experto gramático, conoce como pocos la sociología lingüística del catalán y del español en nuestro país y esta última faceta suya le ha llevado a publicar ensayos enjundiosos en los que por fuerza se ha ocupado de los penosos nacionalismos que nos aquejan.

Ha sido a menudo invitado en lugares de relevancia, como la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en las de Salamanca y Carlos III de Madrid o en las de Virginia, Maguncia, Minnesota, Tucumán y la danesa de Aarhus y en centros del Instituto Cervantes de Brasil, Filipinas, Rumanía y Egipto. Es un teórico brillante y discutido.

Una de sus líneas de trabajo es preguntarse –y responderse– por qué en España suscita problemas agudos la variedad de lenguas. Los títulos de algunos de sus libros hablan solos: ‘El rumor de los desarraigados’, ‘El sueño hispano ante la encrucijada del racismo contemporáneo’ (ambos distinguidos con importantes premios), ‘Babel airada. Sobre la supuesta ruptura de España’ y ‘El boom de la lengua española: análisis ideológico de un proceso expansivo’. Ha sido la suya una tarea insistente.

El español –dice– fue la lengua de intercambio y comunicación general, una ‘koiné’, como había sido la lengua general mediterránea que se creó en la Antigüedad a partir del griego clásico. El español fue una koiné. Nació de quienes hablaban latín, o sus lenguas derivadas, y de quienes hablaban vasco. Para entenderse. No fue imposición de nadie.

El hecho estuvo preñado de efectos y con la presencia de España en América, creó una cultura lingüística multirracial con pocos parangones en la historia.

El español ‘koiné’ fue adoptado desde siempre, paulatinamente por personas de lengua materna vasca, gascona, italiana o alemana y no se diga catalana o gallega. El fenómeno ocurrió "por razones estrictamente prácticas y sin renuncia al idioma materno". Fue una lengua imbatible por decisión de quienes la encontraron de máxima utilidad.

"Esa lengua, por ser común, fue también la del Estado común, en las leyes y la justicia, la educación y la administración, la lengua –añade– de la normativa que el Estado adopta en el siglo XVIII, en paralelo con lo que sucedía en Francia y en Gran Bretaña".

¿Es verdad que la multiplicidad de lenguas en un país es, de por sí, un factor de inquietud social y germen de inestabilidad política? No es cierto: lo normal es lo contrario. En Europa hay únicamente dos países monolingües, Portugal e Islandia. Y dice –en la revista ‘El Viejo Topo’–: "En Europa, la media anda por cuatro lenguas y pico, pero en los otros continentes son muchas más". En algunos, se cuentan por centenares, como sucede en México, en la India o en Australia. En la constitución indigenista de Bolivia aparecen más de treinta. ¿Por qué, pues, las cuatro lenguas más características de España, con sus variantes, generan dificultades políticas? Esto responde: porque solo en nuestro país ocurre que sus lenguas son parte constituyente del imaginario nacional respectivo. Este es el punto: los nacionalistas de por aquí se empecinan en construir la nación sobre la diferencia lingüística.

El español es objeto de la ira o el desprecio de mentes separatistas calenturientas,
exponentes de una ignorancia solo comparable con el odio que traslucen

El energúmeno

A la vez que estas ideas, leo un eructo tuitero que causa vergüenza ajena. Es un prócer del peor barcelonismo futbolístico, un fanático llamado Godall (y con dineros en Suiza: HSBC), a quien causa padecimiento martirial el triunfo pasmoso del tenista Rafael Nadal, de quien, con burdo humor, traduce el apellido, osadía si uno se llama Lechón (eso es ‘godall’ en catalán). "Rafael Navidad me ha dado mala gana (‘M’ha fet angúnia’) desde el primer día. Lo meto en el mismo saco que a La Roja, el Real Madrid, Fernando Alonso y todo lo que represente al Estado enemigo".

El tópico dice que el catalán se mueve entre el ‘seny’ (la sensatez) y la ‘rauxa’ (el arrebato). El tal Godall opera entre la ‘neciesa’ y la ‘motada’, entre la necedad y la injuria y no puede salirse de allí. Detesta a Nadal porque representa a España (en su mente tarada, es una emanación de ‘l’Estat enemic’). Un energúmeno así vive en el odio; y no es el único.

Es la impotencia de quien ve que, hundido el pujolismo de Mas y Puigdemont y descuajeringado el ‘procés’ separatista, es precisamente la Esquerra de Junqueras y Rufián la muleta con que el PSOE gobierna España, a cambio del confort que el PSOE procura al nacionalismo en Cataluña. ¿Qué tiene que ver Nadal en eso?

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