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  • José Badal Nicolás

Terremotos y creencias

'Terremotos y creencias'
'Terremotos y creencias'
Pixabay

Desde tiempos pretéritos el hombre se ha sentido angustiado e inerme ante los terremotos, durante los eternos momentos de congoja en los que la tierra tiembla y se agita de manera súbita, a veces llegando a deformar la superficie del terreno o incluso a abrirla dejando a la vista espantosas grietas y simas, que en ocasiones concluyen en destrucción de templos, palacios, viviendas, infraestructuras y vidas. 

Los terremotos siempre han suscitado el miedo y el temor de los seres humanos y han alimentado los malos presagios en el transcurso de los siglos.

En el Japón legendario se creía que los terremotos eran la manifestación de la irritación de los dioses, que bajo la forma de grandes siluros sacudían la tierra y sembraban el pavor entre las gentes a modo de castigo. En tiempos no tan lejanos y ya entre nosotros, todavía se achacaban los terremotos a la acción punitiva del Todopoderoso y eran considerados justo castigo de Dios por nuestros pecados. En palabras de Miguel San José, obispo de Guadix, "negar o dudar que los terremotos son efecto de la ira de Dios se puede considerar como un error de fe". Agustín Sánchez, teólogo trinitario, aseveraba: "Dios usa sus criaturas para infundir el miedo en los pecadores y moverlos al arrepentimiento". Fernando Alvarado, dominico, fue más lejos en su celo cuando dijo: "«Preferimos equivocarnos con San Basilio y San Agustín que acertar con Descartes y Newton".

Hasta que la ciencia fue comprendiendo cómo se originan los terremotos, estos
fenómenos naturales recibían explicaciones sobrenaturales o religiosas

También hubo filósofos y teólogos que entendieron los terremotos como un fenómeno natural y defendieron que no debía verse en ellos un castigo de Dios. José de Cevallos, rector de la universidad de Sevilla, achacó el origen de los seísmos a "causas naturales y proporcionadas". Juan Luis Roche, teólogo y médico de Sevilla, alertó sobre las alarmantes consideraciones de algunos personajes de la época tildándolas de "piadosas opiniones de teólogos". El filósofo Antonio del Barco propuso estudiar "las causas, duración, extensión y efectos de los terremotos" como un suceso natural. Kircher aludió al origen interno de los terremotos describiendo una apocalíptica visión del interior de nuestro planeta a base de canales de fuego, agua y aire por donde fluía el magma hasta la superficie emergiendo de modo violento y ocasionando muerte y destrucción.

Es en el siglo XVII cuando la doctrina aristotélica de los meteoros, hasta entonces vigente, es sustituida por la teoría del foco explosivo de Lister y Lemery, que es apoyada por Newton y Buffon y otros ilustrados. Stuckley en 1750 en Inglaterra y Beccaria en 1753 en Italia, sugirieron el origen interno de los terremotos. Fray Benito Jerónimo Feijoo, profesor de la Universidad de Oviedo, defendió el carácter natural de los terremotos y en 1756 afirmó que eran descargas eléctricas en el interior de la tierra, similares a los rayos y relámpagos en la atmósfera, lo que explicaba su rápida propagación. En 1806, Ponce de León aún atribuye a descargas eléctricas la explosión (fractura) de los materiales terrestres que tiene lugar en el foco de un seísmo. Pero ya antes, en 1760, Michell había intuido que los movimientos generados por los terremotos se propagan por la tierra en forma de ondas.

Los seísmos siempre han suscitado el temor y la angustia de los seres humanos

No fue hasta el siglo XX que se relacionaron los terremotos con las fuerzas tectónicas resultado del enfriamiento de la Tierra, abandonando la teoría explosiva. Macpherson lo expresó con cierto tino: "Cuando la tensión (tectónica) pasa de cierto límite, los estratos se rompen y deslizan unos sobre otros y suben o bajan, produciéndose las fracturas conocidas en geología como fallas (...) Los terremotos pueden ser efecto simplemente de un retraso en la adaptación de las rocas superiores sobre la masa interna".

Hoy sabemos que la mayoría de los terremotos se originan en el interior de la corteza terrestre a profundidades que generalmente son inferiores a 33 km, como consecuencia de la ruptura de las rocas debido al continuo movimiento e interacción de las placas litosféricas. Esta dinámica se abastece de una inagotable fuente de energía, que es el calor terrestre generado por la desintegración de los elementos radioactivos presentes en la envoltura externa de nuestro mundo. Y sabemos que la energía liberada por los terremotos se propaga en forma de ondas sísmicas, muy distintas unas de otras, que viajan con velocidades diferentes por el interior de la tierra. El geofísico se aprovecha de este hecho para analizar las señales registradas e investigar el interior de la tierra a distintas profundidades y escalas, con la ayuda de la teoría (las ecuaciones) y los recursos (algoritmos) que la física y las matemáticas le proporcionan.

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