Opinión
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  • Alberto Díaz Rueda

Zweig, Benjamin y el ‘Angelus novus’

MEMORIAL DE WALTER BENJAMIN EN PORTBOU
MEMORIAL DE WALTER BENJAMIN EN PORTBOU

A los hombres de hoy, que hace tiempo excluimos del vocabulario la palabra ‘seguridad’, como un fantasma, nos resulta fácil reírnos de la ilusión optimista de aquella generación (finales del XIX) cegada por el idealismo, para la cual el progreso técnico debía ir seguido necesariamente de un progreso moral igual de veloz". 

Es la voz nostálgica y dolorida de un gran escritor, Stefan Zweig, en su obra póstuma, la bellísima ‘El mundo de ayer. Memorias de un europeo’. El intelectual austríaco de origen judío se suicidaría –en su exilio en Brasil– antes de ver publicada esta obra, con 61 años, desquiciado por los avances de los nazis al comienzo de la II Guerra Mundial que le hicieron presagiar un mundo fanatizado y brutal, dominado por los fascismos más crueles y un progreso técnico que cambia la vida pero no la mejora en lo más esencial: la solidaridad y la igualdad entre los hombres.

Por esos paralelismos ‘casuales’ de los que la historia está llena (Jung los llamaba ‘sincronicidades’, dándoles un valor causal debido a un orden no racional), dos años antes de ese suicidio, el 26 de septiembre de 1940, en la localidad española de Portbou se suicidaba un filósofo de lengua alemana, también judío, Walter Benjamin, a los 48 años. El miedo a ser entregado por la Policía española a la Gestapo provocó esa decisión fatal. Y precipitada, pues días más tarde hubiera podido cruzar España y embarcarse en Lisboa hacia Estados Unidos.

Un año y medio antes, en febrero de 1939, a pocos kilómetros de Portbou, en Colliure, había muerto Antonio Machado. Benjamin dejó un nota que podría haber servido para Machado: "En una situación sin salida, no tengo otra elección que la de terminar. Es en un pequeño pueblo situado en los Pirineos, en el que nadie me conoce, donde mi vida va a acabarse… No dispongo de tiempo suficiente para escribir todas las cartas que habría deseado escribir". Era un tiempo en que la inteligencia y la sensibilidad eran barridas de la faz de la tierra, por el simple hecho de ser judío o de no ser fascista.

La experiencia y la reflexión de intelectuales como Benjamin o Zweig nos obligan
a reconsiderar la concepción de la historia como progreso humano

El ‘Angelus novus’, ese grabado de Paul Klee que acompañó muchos años a Benjamin, volvía a convertirse en símbolo trágico de un curso de la historia que aterrorizaba incluso a los ángeles. En el grabado, el ángel, con los ojos y la boca abiertos de puro horror, se siente arrastrado hacia el futuro con las alas inútiles desplegadas, pero su mirada se dirige al pasado, "allí donde nosotros vemos un encadenamiento de hechos, él ve una única catástrofe que acumula incesantemente una ruina tras otra, arrojándolas a sus pies". El curso de la historia, dice Benjamin, no está dirigido al progreso de la técnica y el bienestar humanos, sino que es "una tempestad" que se ha enredado en las alas del ángel y lo empuja hacia el futuro. Una tempestad que viene del pasado, se enquista en el presente y reinará en el futuro. "Esa tempestad es lo que nosotros llamamos progreso", escribe Benjamin, como un eco trágico de las reflexiones y los temores de Zweig.

La parábola del ‘Angelus Novus’ –el grabado de Klee ahora se encuentra en Jerusalén, en el Museo del Holocausto– pertenece a las fragmentarias reflexiones de Benjamin, en su ‘Tesis sobre el concepto de historia’. En estos fragmentos profundos y sugestivos Benjamin hace una observación que Zweig repite a menudo con otras palabras: "Nada hay menos filosófico que el asombro porque las cosas que estamos viviendo sean ‘todavía’ posibles en el siglo XX". Imagínense en el actual. Por lo tanto debemos aceptar el diagnóstico de Benjamin: la concepción de la historia que tenemos no se sostiene. ¿Por qué? Tal vez porque hemos confundido el deseo de lo que tendría que ser el progreso en nuestro tiempo con la praxis del proceso histórico que incluye la barbarie como sistema económico y como comportamiento humano. Ya que "jamás se da un avance de cultura –como tecnología– sin que lo sea también de barbarie", ya que esta contagia el proceso de transmisión.

Como apostillaba Zweig, "tenemos que dar la razón a Freud cuando afirmaba ver en nuestra cultura y en nuestra civilización tan solo una capa muy fina que en cualquier momento podía ser perforada por las fuerzas destructoras de la barbarie. Es preciso acostumbrarse a vivir sin suelo firme bajo nuestros pies, sin derechos, sin libertad, sin seguridad". Y es que "la tradición de los oprimidos nos enseña que el estado de excepción en que vivimos es la regla y hay que llegar a un concepto de historia que le corresponda" (Benjamin).

El ángel de Klee es la metáfora del momento que vivimos, con una crisis sistémica que subsume varias crisis. Una especie de ‘tormenta perfecta’ planetaria. El ángel toma voz en el poema de Gerhard Scholem: "Tengo prontas las alas para alzarme / con gusto volvería hacia atrás / porque, si sigo siendo tiempo vivo, / la desgracia me atrapará".

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