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La libertad del hormiguero

'La libertad del hormiguero'
'La libertad del hormiguero'
Heraldo

Una generación de españoles convirtió la reclamación de libertad en su santo y seña durante los años sesenta y setenta del pasado siglo. 

Deseaban participar en la vida pública a través de la democracia para airear el país porque, como decía Manuel Vázquez Montalbán, "en la España de Franco parecía que a todo el mundo le olían los calcetines". Pretendían saltar los candados de la dictadura porque anhelaban un país moderno, liberal e integrador donde ya no se ejecutaran sentencias de muerte, no hubiera presos políticos ni torturas en las comisarías, donde surgiese un Estado de derecho y partidos políticos, donde las mujeres tuviesen los mismos derechos que los hombres. La generación de la Transición luchó por las libertades de todos.

Los españoles del siglo XXI también enarbolan la bandera de la libertad, pero ya no lo hacen pensando en la colectividad sino en el individuo. Cuando se reclama libertad, no es para participar en la gestión de los asuntos públicos sino para realizarse personalmente a través de las aficiones y el ocio. Vivimos en la ‘civilización del espectáculo’, según la ha definido Mario Vargas Llosa. Por todo ello, hoy prima lo pasional sobre lo racional y también lo visual sobre lo textual. La ciudadanía solo conecta con lo que le entretiene. Para los votantes, dice David Trueba en su última novela (‘Queridos niños’, 2021), "ya no hay un mundo fuera de la pantalla, lo que no sucede allí no sucede". En consecuencia, los partidos se esfuerzan en captar su atención a través de la televisión o el móvil. Los políticos acuden a los programas de entretenimiento y adoptan los lenguajes propios del mundo del espectáculo, donde los personalismos son fundamentales. Por eso, Isabel Díaz Ayuso ha ido esta semana, en plena pugna con Pablo Casado, a uno de los programas de mayor audiencia, El Hormiguero.

Isabel Díaz Ayuso vuelve a proyectar su imagen política como la de la mujer
del célebre cuadro ‘La Libertad guiando al pueblo’

No es una novedad. ¿Quién no recuerda a Rajoy, Sánchez e Iglesias paseándose de plató en plató para mantener charlas insustanciales con Bertín Osborne, Pablo Motos, Ana Rosa Quintana o Jesús Calleja? Ahora bien, la presidenta madrileña lo hace sin arrastrar los pies, consciente de que su espontaneidad mediática refuerza su liderazgo a base de relatos de su vida privada, aficiones y gustos musicales.

La nueva ‘lideresa’ conoce la dimensión sensible de la democracia contemporánea y no se corta en instrumentalizar las emociones a través de la televisión. Con su tono castizopopulista y desacomplejado, ganó las elecciones del 4 de mayo empuñando la pancarta de la libertad… la libertad "de tomar cervezas". Las ocurrencias de las cañas, los bares, los toros y otras parecidas captaron la atención del electorado. Esa misma desinhibición quiere utilizarla ahora para lograr su próximo objetivo: la presidencia del PP de Madrid. Le ayuda su principal consejero, Miguel Ángel Rodríguez, que ya llevó a Aznar a la Moncloa.

Isabel Díaz Ayuso ha construido hábilmente su imagen sobre la idea de la autonomía personal. Pero su idea de libertad no es la del compromiso cívico. Es una libertad suigéneris que acaba haciendo menos libres a los ciudadanos con la excusa de una supuesta ‘realización personal’. El filósofo Slavoj Zizek (‘Como un ladrón en pleno día’, 2021) la denomina no-libertad: cuando ya no se puede tener un empleo fijo y bien remunerado se nos dice que ahora tenemos la oportunidad de reinventarnos y de descubrir nuestro potencial creativo; cuando se recortan prestaciones sanitarias se nos convence de que tenemos una nueva libertad de elección (la de elegir quién nos proporciona la cobertura de salud); cuando tenemos que pagar la educación especializada de nuestros hijos (másteres, oposiciones, cursos de capacitación superior…) se nos asegura que somos libres para invertir nuestros ahorros (o préstamos) en la mejor formación.

Pero si España es un país
constitucionalmente libre, ¿de qué libertad habla la presidenta madrileña? 

Tras haber conquistado con esfuerzo las libertades democráticas, en el siglo XXI se nos ofrece una cómoda pseudolibertad narcisista: nos esclavizará con la promesa de que vamos a ser exitosos ‘emprendedores del yo’.

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