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Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

Brutalización

Homenaje al joven asesinado Samuel Luiz
Homenaje al joven asesinado Samuel Luiz
Cabalar

El pasado 3 de julio, una brutal paliza le arrebató la vida a Samuel Luiz, un

auxiliar de enfermería de La Coruña de 24 años que fue agredido por una «jauría humana». El comisario encargado ha asegurado que este asesinato «marca un antes y un después» por el hecho de que personas sin antecedentes penales hayan participado en un linchamiento mortal de un ser al que no conocían. ¿Estamos en una época de ultraviolencia como la descrita en la polémica película ‘La naranja mecánica’ (1971)? Hay síntomas que así lo indican. Veamos dos con datos recientes: delitos de odio y violencia contra mujeres y niños.

Los delitos de odio en España se han disparado. En el primer semestre del año, el número de denuncias fue casi un 10% superior al mismo periodo de 2019 (las cifras de 2020 no son comparables por el confinamiento). En cuanto a la brutalidad machista, también sigue creciendo a pesar de las innumerables medidas adoptadas, incluida la creación de un Ministerio. Treinta mujeres ya han muerto asesinadas en España desde enero (en todo 2020 fueron 45). De especial crudeza es el reciente caso de violencia vicaria registrado en Tenerife en el que un padre habría lanzado a sus dos hijas al mar para hacer el máximo daño a la madre.

La pasada centuria fue la de la brutalización de la política y de la guerra, como lo ha demostrado el catedrático aragonés Julián Casanova en su ensayo ‘Una violencia indómita: El siglo XX europeo’ (2020). Sin embargo, la brutalidad no es una característica exclusiva del siglo XX. En el XXI no se dan las causas estructurales que originaron la violencia desmedida del anterior, pero han resurgido discursos de odio que pueden movilizar a las mentes enloquecidas y reabren el camino a la brutalización de la política. En los comportamientos sociales es evidente el avance de la deshumanización del otro, del desconocido, del diferente y del adversario. Abundan las manifestaciones de odio: odio al que piensa distinto, odio a los inmigrantes, odio al homosexual, al musulmán o al judío… Adela Cortina ha popularizado el término ‘aporofobia’ (odio al pobre).

Los discursos de odio recorren las redes y se escuchan con frecuencia en boca de líderes políticos. Auparon al misógino y racista Donald Trump y han impulsado a una caterva de populistas o ultranacionalistas: Salvini, Le Pen, Farage, Orban, Bolsonaro, Abascal, Iglesias, Torra… Algunas de sus más envenenadas declaraciones remiten a los lemas del

peor siglo XX.

El historiador George L. Mosse recurrió al concepto de ‘brutalización’ en su libro ‘Soldados caídos’ (1990) para explicar por qué, finalizada la Gran Guerra, la extrema violencia de las trincheras siguió presidiendo la vida política en Europa y habría sido el origen del nacionalsocialismo y el genocidio. Pero, ¿qué ocurre ahora? ¿Seguimos dominados por las pasiones y los impulsos de bajo nivel, como afirman los antropólogos? La premio Nobel de Medicina Rita Levi-Montalcini aseguraba que seguimos siendo animales guiados por la región límbica paleocortical. No obstante, también es preciso reflexionar sobre el mecanismo que históricamente ha tenido el papel de amansar la innata ferocidad humana: la educación.

Esta tarea de domesticar a la bestia cortocircuitando su perenne inclinación hacia la crueldad se ha sustentado esencialmente en el lenguaje escrito. Pero la lectura viene siendo sustituida por la efervescencia emocional de los espectáculos audiovisuales, repletos de furia. No es casual que una de las series más vistas en todo el mundo, ‘Juego de Tronos’, esté llena de sangre, refinadas formas de tortura, violaciones y muertes.

¿Cómo podemos, pues, humanizar a unas sociedades espoleadas por la brutalización que alimenta la barbarie audiovisual y los discursos políticos de odio? La respuesta, una vez más, está en las personas, en reivindicar y aplaudir sus actitudes modélicas. Son ellas el elemento socializador por excelencia, en el proceso de transmisión cultural, porque son más influyentes que los libros y las imágenes. No son pocos, de Sócrates (diálogo) a Javier Gomá (ejemplaridad), los que han demostrado que el humanismo civilizador no se lee ni se aprende de memoria, sino que se contagia.

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