Opinión
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  • Marisancho Menjón

Donde deben estar

Una de las primera piezas desembaladas: un candelabro de Bafaluy
Una de las primera piezas desembaladas: un candelabro de Bafaluy
Museo de Barbastro

María recorre las salas del Museo Diocesano de Barbastro, ensimismada. Repasa mentalmente por enésima vez el protocolo de acogida de los bienes que, pese a que el Museo de Lérida ha incumplido la orden dada por los tribunales, que fijaba como fecha límite para su entrega el lunes 15 de febrero, todos tienen que ser devueltos ya en breve. María es joven, ama ese museo desde antes incluso de asumir las responsabilidades que la ocupan en él y sabe que está a punto de vivir un momento trascendental que culminará una larguísima lucha.

Los espacios correspondientes a las piezas están preparados. De hecho, lo están desde la inauguración del museo, que reservó cuidadosamente los lugares donde habría de ser colocada cada una de ellas a su regreso. Esas piezas forman parte del discurso museográfico porque la parte oriental de Aragón, y Aragón mismo, las necesita para narrar su historia de manera cabal. Hoy, más que nunca. ¿Qué es eso, según dicen algunos, de que la diócesis de Barbastro es «de nueva creación»? ¿Cómo que esta tierra es «ajena a esos bienes»? ¿De verdad que el Museo de Lérida «es l’únic del món que explica la Franja»?

Aragón tiene una historia apasionante que nos configura tal como somos. Una historia que ha legado grandes personajes al mundo, que limitó el poder de sus monarcas al cumplimiento de los fueros y a las decisiones de las Cortes, que posee una fe inquebrantable en el derecho, que respetó las identidades ajenas cuando avanzó en su expansión territorial y que planteó un primerizo concepto de presunción de inocencia y de respeto a la integridad personal. Todo eso, que nos enorgullece, lo sabemos. Lo llevamos grabado a fuego. Pero hay un aspecto de nuestra historia que no ha sido tan difundido, y es la existencia en esta tierra de potentes focos de creación artística y cultural que captaron ideas e influencias, las transformaron con savia nueva y las dotaron de una personalidad propia que irradió hacia otros lares y que a día de hoy sigue siendo reconocible.

El arte de las parroquias del Aragón oriental, el de la milenaria diócesis de Roda-Barbastro, da fe de una pujanza creativa que continuó mucho después del traslado de la sede episcopal a Lérida pero que quedó amortecida por el desapego de unos y el excesivo interés de otros. Arte que hace más de cien años fue objeto de la codicia de coleccionistas, anticuarios e intelectuales, ajenos a todo lo que le dio origen y sentido, ante un Aragón en horas bajas que no pudo retener lo que había sabido crear y preservar a lo largo de los siglos. Y sin el que nuestra personalidad histórica está incompleta.

El devenir de esa tierra de intercambios culturales e influencias compartidas no se cuenta hoy en ningún lugar, digan lo que digan los cantos de sirena. Es el Museo de Barbastro el que puede hacerlo, mostrando, contextualizado, el testimonio material de esa vitalidad en la que deberíamos mirarnos. Por eso el Gobierno de Aragón ha estado y sigue estando ahí, codo con codo con el obispado barbastrense en esta reivindicación justa y necesaria. Cómo no iba a estarlo.

María se demora ante cada uno de esos espacios vacíos que aguardan la llegada de las piezas. Ella no había nacido cuando esa lucha se inició, pero la conoce muy bien. Forma parte de ella. Es un pequeño engranaje de un vasto equipo, consciente de estar dando un paso más, pero de honor, hacia la recuperación de un legado que va a volver a ocupar su verdadero lugar en la historia.

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