Opinión
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Obedecer sin cumplir

Muros desnudos en la sala capitular a la espera del retorno de los frescos.
Muros desnudos en la sala capitular a la espera del retorno de los frescos.
Heraldo

En la ‘Revista de Dret Històric Català’ (2019), un profesor llama ‘reinos’ a Aragón y Cataluña. Es preferible ahorrar en sarcasmos. La expresión es inadecuada, inveraz, salvo que se entienda por ‘reino’ todo lugar en donde el soberano es un rey. Pero esa manera de violentar las palabras conduce a afirmar que, pongamos, la Provenza era un reino. Los catalanes tenían rey (el de Aragón), pero Cataluña no fue reino y es intrigante por qué habría que ver en ello motivo para molestarse. Sin embargo, molesta, irrita y eso genera un consumo infértil de energías y tiempo. Cataluña fue una notable entidad política ‘sui generis’ a la que se aplicó, finalmente, el apelativo de ‘principado’, que expresaba su unidad y su calidad diferenciada, cimentada en torno a los condes de Barcelona, y evitaba el abuso léxico de llamarla reino, cosa que, obviamente, no fue.

Estos malos usos por añoranza anacrónica crean un humus que entorpece la recta ponderación de las cosas, y son combustible para el nacionalismo. En ingeniosa y penetrante frase de Fernando Savater, no hay nacionalismos buenos y malos, sino, todo lo más, leves y graves. Los afectados graves por nacionalismo pueden, por ejemplo, negar que las parroquias del Aragón oriental han sido, de modo incesante, ininterrumpido y pacífico las propietarias de ciertos bienes históricoartísticos indebidamente retenidos por una serie de obispos, que hoy confiesan haber mentido por obediencia debida, aunque esa obediencia no les obliga a tanto como a reintegrar las propiedades a sus dueños, aun siendo ello parte del mismo mandato que les ‘obligó’ a faltar solemnemente a la verdad. Esto es: ese obispo se siente constreñido a decir lo que, en su conciencia, es falso, porque así se lo impone una autoridad ineludible. Pero no siente como ineludible ese mismo mandato en cuanto a obrar se refiere. De palabra, pase; pero de obra, no. No estaría mal como lema episcopal.

No cesa la manipulación de conceptos sobre los bienes parroquiales del Aragón oriental

A ese mismo registro de la casuística y del relativismo moral se adscriben otros argumentos capciosos sobre los bienes usurpados. Uno lo denunció esta semana expresivamente la directora general de Patrimonio, Marisancho Menjón: "Las pinturas murales de Sijena están adheridas a telas colocadas sobre bastidores que se pueden montar y desmontar, así que su traslado no sería un segundo arranque", un desmentido ‘de facto’ a la mayoría soberanista en la cámara autonómica catalana, a la que, por descontado, se ha sumado el PSC.

El obispo de Barbastro-Monzón, ejeano pacífico y de modos suaves, dice, respecto del tesoro injustamente requisado adeudado a sus modestas parroquias, que los feligreses diocesanos están "desconcertados y dolidos". Pura morigeración.

La manipulación de conceptos es paralela en los tres ámbitos: moral, legal e historiográfico. La obediencia se debe, pero según. El respeto a la justicia se tiene, pero según. Y la historia se narra con ánimo ecuánime, pero según.

la obediencia debida y el respeto a la justicia se mantienen... pero según

Qué es y qué no

El término ‘Corona de Aragón’ también es hoy objeto de habilidades sofísticas. Acabó significando el conjunto de reinos y territorios sujetos al titular de la Casa Real de Aragón. Así lo expresaron los reyes en momentos solemnes, de forma inequívoca , en loor de Aragón y sin menosprecio de nadie. Pedro IV, en 1343, unió Mallorca "con los otros reinos y tierras nuestras, que nunca se puedan separar de la Corona de Aragón". En 1410, se previene la actuación de "lo principat de Catalunya ensemps ab (junto con) los altres regnes e terres de la corona reial d’Aragó". Etc.

La Corona de Aragón no fue una federación, pues no hubo un poder central preeminente; ni una confederación en que las partes conservasen su plena soberanía: ya Jaime II, en 1319, declaró su calidad indivisible. La primacía jurídicopolítica (no así la económica ni la cultural) fue de Aragón, por razones fundacionales, nacidas en la boda (1150) de Petronila y Ramón Berenguer IV, al que su suegro Ramiro II mandó obedecer "como si fuera rey", precisamente porque no lo era.

Es difícil ocultar que el soberano de ese conjunto usó como nombre familiar el de Aragón y que el de rey de Aragón fue siempre "título y nombre nuestro principal", ya que Aragón "fue y es principio y cabeza de nuestra regia potestad", según Pedro IV.

El rey juraba las leyes de sus estados en los respectivos territorios, pero recibía el crisma sacramental y la corona exclusivamente en Zaragoza. Y las Cortes Generales conjuntas de todos sus estados hispánicos (Aragón, Valencia y Cataluña con Mallorca), celebradas casi una veintena de veces entre los siglos XIII y XVI, se abrieron siempre en suelo aragonés, de preferencia en Monzón.

Son hechos adquiridos con suficiente certeza. Como, también, quiénes son, literalmente y desde hace siglos, los genuinos e invariables propietarios de esos bienes parroquiales que, aun comprados, si lo fueron, por el obispo ordinario sin expreso permiso de Roma, no habrían podido cambiar de titular.

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