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Malas lenguas

La escultura 'El gato', de Fernando Botero, en la Rambla del Raval de Barcelona.
La escultura 'El gato', de Fernando Botero, en la Rambla del Raval de Barcelona.
Quique García / Efe

Los bulos que circulan en las redes sociales y en cierta prensa me evocan la canción ‘I Heard It Through the Grapevine’. Escrita por Norman Whitfield y Barrett Strong, firmas señeras de la discográfica estadounidense afroamericana Motown, fue popularizada hace medio siglo por Marvin Gaye y por el grupo Credence Clearwater Revival. Hace quince años, Santiago y Luis Auserón hicieron una versión titulada ‘Las malas lenguas’. La letra, la melodía y la cadencia de la canción expresan el dolor que siente un hombre ante el rumor de que su amada lo va a abandonar por otro.

Según la etología, la antropología, la psicología y demás ciencias del comportamiento, el cotilleo crea vínculos entre los individuos, informa al grupo y lo protege de peligros. De ahí que una pandemia provocada por un virus que se agazapa muy bien esté generando mil rumores, especialmente en un ámbito globalizado y digitalizado. Proliferan advertencias y experiencias que, aunque no siempre lo logren, tratan de ser útiles.

Incluso la maledicencia es aprovechable. Incentiva la alerta y estimula el intelecto. Así, enfrentado a la imagen mental de la amada en brazos de otro, el protagonista de la canción aludida tendrá que aguzar el ingenio para discernir la verdad y siempre podrá refugiarse en el humor. Por eso, me parece oportuno fijarme en este benéfico fin social de los bulos perversos, en lugar de ver la inquina y las otras miserias que les dan vida. Además, a veces son bien estrambóticos y divertidos. Como el que dice que las autoridades lo sabían todo y tendrían que haber suspendido la Navidad.

jusoz@unizar.es

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